Publicado: Viernes, 02 Abril 2021

Dios escondido y mostrado

San Ignacio, cuando habla de la Pasión de Cristo, nos invita a meditar serenamente “cómo la divinidad se esconde” (Ej. 196). En la Pascua lo queremos vivir más a fondo con todo el Pueblo cristiano. Es una provocación: ¿cómo Dios se vuelve invisible y oculto? Nos gusta considerarlo fuerte, omnipotente e inquebrantable. El Dios “escondido” es siempre una fuente de desafección y de cierto ateísmo práctico. Nos dinamita la esperanza que nos quedaba en el proyecto del Reino, en la ilusión por un cambio y en vernos comandando autorreferencialmente el mensaje de Jesús.
Este Dios de Jesús es débil, pobre y vulnerable. Si Dios “se esconde”, de alguna manera habrá que ver cómo encontrarle fuera de mis pretensiones, de mis miedos, de mis rarezas, de mi autocentramiento. Escondido, “se muestra” (Ej. 223) y nos abre un camino que nos puede llegar a cambiar la mirada, la vida y la propia historia.
Su aparición visible es inexplicable y objeto de contemplación vital y real. En Jesucristo, el indecible se hace Palabra; Dios toma forma humana, próxima, cercana y tocada por la fragilidad. La provocación de la Cruz es más poderosa en la provocación de la Resurrección: nos lleva a una esperanza indestructible contra la violencia a indefensos (ancianos, menores, no nacidos), el populismo divisor (de izquierda y de derecha), la superficialidad de pensamiento (donde hay emoción sin racionalidad) y el egoísmo económico y social (que despoja del bien común).
En medio de la pandemia que nos acompaña por segundo año con víctimas a lo largo del mundo, pongamos la mirada en el Dios escondido para que se nos muestre y nos dé una esperanza fuerte, motor de la historia y de la vida.

Antonio J. España, SJ

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