
Crecimos juntos en Perú
De regreso de las cinco semanas de la Experiencia MAGIS Sentido Sur Perú, algunos pensamos que rendimos honor a su nombre, «Creciendo Juntos», porque jóvenes, acompañantes y compañeros de las entidades locales que nos recibieron, crecimos juntos como personas y en nuestro proceso de maduración en la fe. Aunque conscientes de que 35 días son muy pocos y que el concepto «voluntariado internacional» ha quedado diluido a caballo entre el de «espectador del mundo real» y el de «sabedor de que cuanto más me doy, más recibo», a todos nos ha merecido mucho la pena este viaje interior y exterior.
Partimos a Lima un grupo de 13 jóvenes, 3 niños y 5 acompañantes de distintas ciudades españolas. Allí nos esperaban los primeros impactos para algunos de los que nunca habían visto las estampas que ofrece de primeras una capital de un país empobrecido. Visitamos el colegio Fe y Alegría de Collique, a los pies de los cerros de piedra gris que los emigrantes internos peruanos fueron poblando en las últimas décadas; el Agustino, donde la Compañía de Jesús, de la mano de otras entidades, ha mitigado la realidad de la violencia de las pandillas a través de proyectos sociales y de la labor pastoral de su parroquia. En la sede de la Fundación Encuentros, que aúna las obras sociales de la provincia jesuita de Perú, vislumbramos un poco el día a día al que se enfrentan los venezolanos que estos meses llegan por cientos a este país latinoamericano. Nos sorprendió la templanza con la que los limeños esperan un inminente terremoto y nos sobrecogió conocer en el Museo de la Memoria cómo el terrorismo de Sendero Luminoso y de la MRTA marcó la historia de este país andino cargado de contrastes.
Tras estos primeros impactos y la gran acogida de las Esclavas del Sagrado Corazón en su casa, el grupo se subdividió en dos experiencias de contextos diferentes. Uno de ellos formado por siete jóvenes, una Hija de Jesús y una laica ignaciana con varios años a la espalda como acompañante en esta zona.
Convivimos durante cuatro semanas con las comunidades de la Sierra de Cusco, en Quispicanchi. Acompañamos el trabajo de los programas sociales de las Parroquias consistentes en ludotecas y bibliotecas situadas en Andahuaylillas, Urcos y Huaro; alguno colaboró en el la posta medica de Huaro, en la Escuelita de Andahuaylillas, y convivimos una semana en la comunidad Ocongate dando apoyo escolar al internado y el hogar…Pudimos celebrar con ellos el Día de los Pueblos Indígenas y sin duda nos enseñaron el valor y la necesidad de cuidar la naturaleza y respetarla, la delicadeza con la que crean las artesanías y su respeto hacia la «pachamama», la madre tierra.
La silenciosa presencia de las altas montañas peruanas que presiden el contexto, el frío seco del amanecer y atardecer, las mujeres mayores con sus cargas coloridas a la espalda, sus eternas trenzas y sus arrugas que hablan de tanto trabajo duro y vida sacrificada… se quedan custodiadas muy dentro de nosotros.
Mientras, a la costa norteña del Perú, en torno a la ciudad de Piura, marchamos un grupo compuesto por 6 jóvenes, una Esclava del Sagrado Corazón y una familia formada por el matrimonio –que ejercía también de acompañantes- y sus tres hijos de 14, 12 y 9 años. Las dos primeras semanas, organizamos en CANAT (Centro de Apoyo a Niños y Adolescentes Trabajadores), junto a los trabajadores de la entidad, las “Vacaciones Divertidas”, como les llaman los niños a los campamentos que habitualmente ponen en marcha los jóvenes de Creciendo Juntos. Mientras se celebraban en Lima los Juegos Panamericanos, inauguramos en este centro jesuita, unos Juegos Piuramericanos, con su himno, sus «barras» o arengas, sus banderas, mucho deporte, manualidades y juegos… porque de eso se trataba, que estos menores y adolescentes vulnerables conocieran, al menos una vez al año, su derecho a jugar. También pudimos intuir cómo se vive la pobreza en un contexto de campo, gracias al campamento diurno que desarrollamos en el colegio de Fe y Alegría de Tejedores (Tambogrande). La siguiente semana, de la mano de las Esclavas del Sagrado Corazón, apoyamos a su grupo cristiano «Los Exploradores de Cristo» en el campamento que habían organizado en el asentamiento humano de Nuevo Buenos Aires, un desierto habitado por los damnificados del fenómeno del Niño de 2017 y olvidado por las autoridades. Pudimos palpar el contexto en el que viven los menores pobres peruanos y compartir con ellos, al menos unos días, no solo risas y cariño, sino también ausencia de baños y duchas, hogar de paredes contrachapadas y techo de zinc… Poder facilitarles el primer día de playa de su vida a algunos de ellos que, a pesar de vivir a una hora de la costa no la conocían, puso el broche final de esa preciosa semana.
Por último, convivimos con los niños de la Tortuga, un pequeño pueblo pesquero, bastante aislado, donde impacta el contraste entre la belleza salvaje de su costa y el basural que bordea las casas de esta localidad que carece de saneamientos y recogida de basuras y donde todo el mundo defeca, con naturalidad, al aire libre. Niños libres, divertidos, soñadores, responsables de sus hermanos pequeños y a la vez sin normas, desobedientes y faltos de afecto por tener padres y madres trabadores ausentes y contextos de violencia intrafamiliar.
Ver, tocar, oler, escuchar, saborear y sentir la realidad de todos estos menores y adolescentes vulnerables nos ha ayudado a replantearnos algunos cimientos clásicos de nuestra vida. El retiro final de Creciendo Juntos en Lima nos ayudó a reposar mucho de lo vivido y a preparar la vuelta de todos y cada uno de los componentes de este grupo: jóvenes, acompañantes, familia. Nos acompañó también a lo largo de toda la experiencia nuestro lema CJ2019 «Construir puentes y derribar muros» y sin duda lo cumplimos. Derribamos nuestros propios muros de la indiferencia y de no querer ver la realidad del mundo empobrecido y tendimos puentes con toda la gente maravillosa del Perú que nos acogió sin prejuicios y con sus manos abiertas.