Publicado: Jueves, 15 Junio 2023

Seguimos celebrando la vida

El próximo 21 de junio, los compañeros y compañeras de Loiolaetxea realizarán una celebración por el 20 aniversario de la firma de los estatutos como Asociación. Manu Arrue SJ, que es miembro de la Comunidad de Vida de Loiolaetxea, ha redactado unas líneas explicando lo que es su origen, su misión y lo que sueñan desde su labor de inclusión social.

 

"Se acaban de cumplir 20 años desde que Loiolaetxea se constituyó como Entidad, aunque comenzó su andadura 3 años antes en la Calzada Vieja de Ategorrieta 34. Y como decimos en Loiolaetxea “aquí celebramos todo”, lo celebraremos.

Loiolaetxea es un proyecto de inclusión social, de (re)socialización, situado en Donostia, en el País Vasco. Podríamos bautizarlo como el proyecto de las segundas oportunidades y si pudiéramos soñar… soñaríamos con las infinitas oportunidades.

Cada obra de la Compañía de Jesús tiene una dimensión o un aspecto que aportar al resto, para que entre todas vayamos formando, como dice S. Pablo, el Cuerpo de Cristo. Creemos que Loiolaetxea aporta y puede aportar, entre otras, la dimensión de comunidad.

Pues bien, hace unos 26 años, un grupo de laicos y jesuitas de la pastoral penitenciaria de San Sebastián, en unión con el capellán de la prisión de Donostia- San Sebastián, Carmelo Velloso y Juan Ramón Trabudúa sj, decidieron abrir un pequeño piso para facilitar la salida de las personas privadas de libertad que podían disfrutar de permisos de 2º grado o progresiones a terceros grados. La mayoría salían a sus casas, pero si no tenían familia o eran personas sin apoyos ni estructuras, como las personas migrantes, no podían gozar de los permisos de salida que legalmente les corresponden.

En ese caminar tuvieron un descubrimiento: cuando las personas que salían de prisión quedaban solas en el piso, vivían sus relaciones según el funcionamiento de la prisión, pero cuando convivían con el voluntariado, estas relaciones cambiaban en la casa. Ahí surgió la idea. ¿y si vivimos permanentemente juntas? ¿Y si somos espacio de acogida, estilo familia, que estas personas igual no la han tenido o que hace tiempo la han perdido? 

Y así nació una comunidad formada por jesuitas, religiosas, laicas y laicos, juntamente con un grupo de personas que salían de prisión y querían comenzar de nuevo su vida, un camino de inclusión social. Ellas nos convocaron y sin ellas probablemente no hubiese habido una comunidad como Loiolaetxea.

Al poco tiempo, en esta comunidad fueron entrando personas de diversas edades, hombres y mujeres, lenguas y nacionalidades diversas, musulmanes y cristianas. Se hizo realidad una gran diversidad. Y fueron poniendo palabra a lo que allí se vivía: quien viene a nuestra casa, está en su casa (Gure etxera datorrena, bere etxean dago).

La mesa era el lugar común en torno al cual nos alimentábamos, se comentaba lo sucedido en la jornada (quien tenía capacidad para ello), se planteaban los diversos servicios de la casa, comidas, limpiezas, fregados... Y también se contaban las alegrías, los conflictos y las dificultades cada miércoles, como quedó establecido que sería el día de la asamblea semanal.

Y poco a poco, la comunidad se iba convirtiendo en ese hummus, en ese caldo de cultivo, que nos permitía crecer entre nosotros-as y posibilitar el ambiente en el que nuestros-as compañeros-as renacieran y/o recuperaran las referencias vitales y familiares (que muchas veces no habían tenido o, con los fracasos y rupturas, habían perdido); y nosotros-as recuperásemos nuestro ser humano, lo que nos iguala, lo que nos hace como los demás, nuestra dignidad de personas, de hijos-as del Dios de la Vida.

Con el tiempo le llamamos familia, comunidad de solidaridad, comunidad de hospitalidad,… que hace posible el crecimiento de todas las personas que la componen. Y fuimos introduciendo la figura de la persona profesional en intervención socioeducativa para acompañar los procesos de nuestras compañeras y compañeros de camino.

Creemos que hoy sigue teniendo mucho sentido este planteamiento comunitario, en una sociedad profesionalizada donde el reconocimiento es sobre todo por su currículum. Y en una sociedad individualista, donde vamos camino de cinco millones de hogares unifamiliares, esta dimensión comunitaria cobra aún más fuerza como modo de vida que permite dejar entrar a la otra persona en nuestra vida, en mi vida, y hacer juntas el camino de convivencia y de reconciliación. Y este camino, realizarlo a partir de nuestras capacidades, pero sobre todo a partir de nuestras fragilidades.

Esto ha sido típico del cristianismo. Jesús elige doce personas con quienes vivir su andadura. Es verdad que ninguna persona es cristiana sin una experiencia personal, pero a partir de ahí la persona cristiana se reúne con otras y constituyen una comunidad donde se invita a vivir: “venid y lo veréis” …, “mirad cómo se aman” …, “tenían todos los bienes en común” … Sé el ejemplo que quieras ver en el mundo. Además, esto es lo típico de la pastoral vocacional amplia y específica: Venid y lo veréis.

Lo comunitario ha sido lo típico de la vida religiosa, la acogida de las personas huérfanas en casa de religiosas, también de ancianos-as moribundos-as. En tiempos del hambre en Roma, la casa de los primeros compañeros jesuitas se llenó de personas hambrientas; incluso ahora lo recogemos en nuestra última congregación: la comunidad es misión. Que el Papa haya escrito la Fratelli Tutti como propuesta de Vida, en esta sociedad impulsa lo comunitario.

Pero hay diversos niveles de implicación comunitaria. No todas las comunidades religiosas tienen que vivir como comunidad de acogida. Pero sí es bueno que todas estén abiertas a acoger. Que entre aire fresco en nuestros centros sociales, educativos, pastorales, universitarios y nos libre de mirarnos demasiado a nuestro ombligo. 

La acogida de aquellas personas excluidas en nuestra comunidad, introduce en nuestras casas, no desde el periódico ni desde el móvil, sino desde nuestra mesa, la realidad de algunas personas que no tienen asegurada ni la familia, ni la amistad, ni el trabajo, ni la vivienda, ni los papeles, ni el acceso a derechos básicos fundamentales… y nos sitúa en otra realidad distinta a la que vivimos ordinariamente.

Finalmente, como experiencia de fe y justicia, nos atrevemos a recordar algo que hemos aprendido a lo largo de este recorrido de más de 20 años en Loiolaetxea: ser conscientes de que el sistema penitenciario y los servicios que ofrece, es otro de los sistemas sociales para proteger, prevenir, sanar y reconducir las conductas que no son adecuadas hacia una convivencia de paz y seguridad. Lo mismo que el sistema educativo o el sistema sanitario. Y si no caemos en esto, nuestra humanidad se ve fragmentada por inclinarse hacia el castigo frente a la inclusión, al juzgar y al hacer que paguen frente a entender y ofrecer nuevas oportunidades.

Y esta nueva forma de mirar, fruto de esa común-unión descrita líneas más arriba, posibilita el gran milagro de crear juntas una sociedad que permite su acogida para convertirnos en personas nuevas, situando en todo momento a la persona en el centro como templo sagrado que es, más allá de delitos, culturas, religiones, género… ¡Gracias Loiolaetxea por habernos abierto el corazón y haber cambiado nuestra mirada!"

 

 

 

ver +