Publicado: Jueves, 30 Mayo 2019

¿Crees que son dignos?


La inminente ordenación de Roberto Quirós SJ y Carlos Gómez-Vírseda SJ, es una ocasión para rezar por ellos, y para reflexionar también sobre tantos de nosotros.

Esta pregunta del obispo, "¿crees que son dignos?" se menciona en la ordenación presbiteral, inmediatamente antes de comenzar el rito sacramental. Una frase que resuena constantemente en nuestra memoria: ¿somos dignos? En el sacerdocio, ¿quién puede considerarse con dignidad para ello? El fin buscado desborda muchas energías humanas: ¿puedo o podemos ser instrumentos del Misterio de Dios? ¿Servimos al Pueblo de Dios con generosidad? ¿Hay energía interna para poder transmitir unión y reconciliación en un mundo herido? ¿Celebramos integralmente esa alegría profunda que viene de Dios? Estas preguntas nos atañen a todos, ministros o no, porque están en el fondo de nuestro ser cristiano para el servicio.

Normalmente, la pregunta para un puesto de trabajo se centra en poseer las titulaciones necesarias, ciertas habilidades contrastadas y la intuición de que esa persona va a comprometerse y apostar por realizar esa actividad de forma óptima para los demás. Dependiendo de quién tome la decisión -el estado, una empresa, una asociación…-, se acepta o no para desempeñar esa función.

El sacerdocio ministerial no es un puesto o un desempeño como otros. Es verdad que se requiere capacitación humanista y teológica, destrezas sociales suficientes e, incluso, una actitud personal de valentía y coraje ante dificultades propias y ajenas. Pero, eso no basta, aunque tanto en Carlos como en Roberto se encuentran claramente.

Ser merecedor de este ministerio al modo del Señor Jesús apunta más alto. Pide “cabeza” para razonar y leer el mundo en profundidad, pensando sus problemas, ahondando en logros y en deficiencias, sea desde la medicina o la educación, u otras maneras de servir. Requiere “habilidades” en la escucha, en la conversación, en el mensaje público… porque se trata de expresar una experiencia personal y comunitaria de fe en Jesús. También pide “corazón” para la compasión, para la unión y para la transparencia, hacia fuera y hacia dentro. Sin embargo, esto no nos hace dignos, ni hace dignos a Roberto y a Carlos.

Esta “dignidad” ahonda el sentido del ser humano más profundo. Ese sacerdocio nuevo se funda en la donación de Jesús para los demás. No se trata de un honor. Tampoco del resultado de un conjunto de virtudes. En cada ordenación, se celebra la posibilidad de hacer presente a Dios, desde lo que cada uno es y tiene, para la Iglesia y para el mundo. No hay nada mejor que recordar una frase de Arrupe sobre el mensaje de San Ignacio, donde se trasluce el modo sacerdotal de la Compañía que se expresa en esta ordenación: El mensaje ignaciano es “de intenso servicio, de servicio apostólico “ad maiorem Dei gloriam”, a la mayor gloria de Dios; de servicio en conformidad generosa con la voluntad de Dios; en la abnegación de todo interés propio y personal; en el amor, en la imitación y en el seguimiento de Cristo, amado sobre todas las cosas” (en “Un hombre para el servicio”, 31 de julio de 1971). Llevar a cabo este servicio ministerial solo puede llevarse en manos de Dios, con la fuerza que solo viene de Él. A Dios confiamos estas nuevas vocaciones sacerdotales y le pedimos que quiera seguir llamando a muchos para servir a la Iglesia en la Compañía.

Antonio España, SJ

ver +