En la fiesta de Ignacio de Loyola
Hoy celebramos con agradecimiento a Ignacio de Loyola, aquel que inició este carisma que vivimos como jesuitas y como laicos y laicas. Esta fiesta nos ayuda a recoger el trabajo “en el Señor” con gran agradecimiento y también nos lleva a confiar plenamente en Dios y a descansar “en Él” nuestros cansancios.
Ignacio nos invita desde los Ejercicios a insertarnos en la realidad desde la libertad del Espíritu, que es clave en nuestro carisma: “Donde está el Espíritu de Dios, hay libertad” (2 Co 3, 17). Hay muchos modos de realizarlo en tipos de tareas y en actitudes diversas. Aunque este año hemos vivido la notoriedad de la falta de vocaciones a la Compañía y la percepción de una desvalorización de toda vocación cristiana, también constato que muchos, desde edades y sensibilidades distintas, desde vocaciones diversas, realizan la siembra en espiritualidad, centros sociales, escuelas y universidades. Como dice Mateo (13, 1-23), la recepción no siempre es la misma, pero confiamos que Dios siga dando crecimiento a la obra que Él comenzó en la Iglesia con nuevas vocaciones de servicio directo y total, tal como Jesús vivió y transmitió.
En el modo de proceder de Ignacio, la clave está en acercarnos individualmente al Dios de la Vida con una llamada que nos hace únicos en el ser y en el hacer hacia otros. Jesús transmitió su unión peculiar con Dios Padre. Esa relación le atravesaba radicalmente. Desde ese vínculo, nos enseñó a enlazar nuestro propio ser con Dios. “Llamó a los que él quiso para que estuvieran con él y para enviarles…” (Mc 3, 13-19). Estar con Él no será entonces solo orar, sino llevar esa misma oración a los “pobres, los descartados del mundo, los vulnerados en su dignidad en una misión de reconciliación y justicia” (2ª Preferencia Universal). Este curso también nos ha recordado, de forma directa, el escándalo de los abusos en la Iglesia donde debemos acercarnos con justicia y compasión hacia los que han sufrido o sufren esta lacra. La llamada del Señor hacia estas víctimas nos recuerda que hay un camino por hacer y que debemos hacerlo juntos en colaboración.
Ignacio vivió un mundo complejo y en transformación. En esa situación de tránsito en el siglo XVI, se abrió a la esperanza. “En todas las experiencias dolorosas podemos, por tanto, estar de buena esperanza. En todas las contradicciones y en toda la búsqueda cultural y religiosa de soluciones y de salvación por parte de la humanidad, en último término está actuando el Espíritu de Dios (cf. Rm 8, 20 ss)” (Kasper, W. La alegría del cristiano. Sal Terrae. Pág. 54). Este curso que termina hemos trabajado el Proyecto Apostólico que junto con las Preferencias nos animan a rebuscar juntos lo que Dios nos ayuda a realizar en nuestra Provincia de España, con sus múltiples posibilidades de profundización en la identidad, en la comunidad, en el liderazgo y en la colaboración.
La fuerte espiritualidad de Ignacio, el itinerario de tantas personas en este carisma y la vitalidad que sigue manando misteriosamente y sin merecerlo es motivo de agradecimiento y de ilusión para la misión. Estoy convencido que Dios nos irá dando más gracia y más fuerza para realizarlo como cuerpo religioso y como cuerpo apostólico “en el Señor”.
Antonio España, SJ