
De gratitud y realismo
En este año de los Aniversarios Ignacianos, nos preparamos para la Congregación de Procuradores de 2023 mediante esta II Congregación Provincial de la Provincia de España. El sentimiento que me nace al mirar nuestro momento actual es de acción de gracias por la vocación y por la vida en la Compañía junto con otros tantos “con-vocados” en todo el mundo, además de tantas personas que colaboran en la misión. En los Ejercicios, 234, Ignacio propone “traer a la memoria los beneficios rescibidos” que, en nuestro caso, es la llamada a servir al Señor y otros muchos dones del Dios de la Vida como la creación, la redención… Hay un “tesoro escondido” (Mt 13,44) que, en algún momento especial, hemos descubierto (o que el mismo tesoro se dio a conocer de forma gratuita) y que nos ha hecho y nos hace vivir felices en la entrega y en medio del dolor y de las limitaciones humanas. Me surge así ese agradecimiento por el gran impacto apostólico de nuestros trabajos, la inagotable experiencia de Dios que nos lleva a experiencias de consolación (con agitaciones y crisis) y, también, a novedades diversas como el avance en propuestas de espiritualidad, la hospitalidad, la renovación educativa y universitaria.
A la vez, el agradecimiento se da en medio de la historia dolorosa que vivimos. El contexto del mundo vive enormes cambios tanto antes de la pandemia como después: la fragilidad de la democracia, la globalización, la desprotección social, la secularización, las injusticias, el coronavirus y las desigualdades que no acaban de solucionarse. También hay una crisis de la identidad individual y grupal que lleva a sentirse desconectados. Como en la meditación de la Encarnación en los Ejercicios, la invitación para esta Congregación es “ver las personas” (Ej 106) ya que nos abre a asumir la diversidad enorme dentro y fuera de la Compañía, con sus dones y sus sinsabores.
Además, esta contemplación apunta al momento de la historia en el que estamos donde la Iglesia y la fe están en decrecimiento. La Compañía tras un crecimiento y una expansión sin precedentes desde 1863 (primera división de la Provincia de España tras la Restauración) hasta 1962 (con la división en el número máximo de provincias que hemos conocido, siete), se encuentra en un periodo de reducción. La espiritualidad para este tiempo que vivimos es distinta a la de periodos de expansión que guardamos en el imaginario jesuítico con gran orgullo. Ahora se nos pide mirar más allá y aprender a contemplar la mirada de Dios, Trinidad y Amor, sobre el mundo. Ahora necesitamos una espiritualidad nueva de esperanza, de ojos abiertos al mundo, de devoción profunda, de resistencia ante las crisis, de cuidado personal y comunitario, y de apertura misteriosa a la Cruz y a la Resurrección del Señor de forma nueva y creativa.
Con la Compañía que somos hoy, no la de nuestros sueños omnipotentes, realizamos la misión en la Iglesia y con la Iglesia. Desde el Concilio Vaticano II se ha dado una apertura y una búsqueda mayor para encontrar la conexión con la humanidad actual desde diversos pontificados. Como Iglesia, estamos llamados a tener “las puertas abiertas” (FT 276) y a compartir nuestro carisma ignaciano como vida consagrada sacerdotal. Nuestro carisma, como señala el Papa Francisco, es un carisma más entre muchos en la Iglesia que “no son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie, más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad de integrarse armónicamente en la vida del Pueblo de Dios para el bien de todos” (EG 130).
Por tanto, desde el agradecimiento y desde el realismo, formando parte de la Iglesia, os invito a hacer crecer el deseo de vivir la vocación con profundidad, a participar con otras personas en la misión desde diferentes lugares e instituciones y a invitar a otras personas a vivir esta vocación.
Antonio J. España, SJ