Publicado: Lunes, 11 Abril 2022

Mirar a la Cruz y avanzar hacia la Resurrección

En la Pascua, se pone en juego lo que esperamos de Dios en nuestra vida en misión. Y en la relación especial de Cristo con Dios hay una nueva ventana que, en nuestro momento cultural, se abre con dificultad. Jesús, desde la misma realidad que vivió en Palestina se puso delante de un mundo complejo y hostil. En nosotros, la Pascua nos abre un camino. Dios no quiere una relación ideal con El. Tampoco quiere que nuestro trabajo sea ideal, que nuestra familia sea ideal, que nuestra vida, consagrada o laical, sea ideal… Curiosamente, en el Evangelio, no entran en relación con él los puros o las personas limpias. Y Jesús se sitúa en ese lugar. Si la relación con Dios es tan ideal, nos destruye porque colgamos de Dios ideales imposibles en el mundo que vivimos. Por eso, la Pascua nos lleva a atemperar esas expectativas perfeccionistas incluso sobre nuestra fe y relación con Dios.

Así, en estos días de ir al corazón de la Encarnación de Dios en Jesús, descubrimos un ideal personal de nueva relación, camino intermedio entre uno mismo y su presencia alentadora transcendente: ¿qué es lo que tienes y eres para ver hasta dónde puedes llegar mirando a la Cruz? ¿Qué naturaleza humana creada por Dios aparece en ti y te impulsa en la Resurrección? Desde esa combinación pascual, Dios nos invita y te invita a una relación renovada con Dios: encuentro transcendente posible, humano, compasivo, cercano y crucificado.

El Dios cristiano que se muestra en Jerusalén es el Dios que sabe que Pedro le ha traicionado, pero que está llamado gratuita y bondadosamente a una misión a su alcance. Las expectativas de Pedro eran altas ya que contaba con un mesianismo de poder y de prestigio. Su vida, como la de cada uno de nosotros, le lleva por otro lado: descubrir y aceptar los planes de Dios, en la realidad de la Cruz y en el misterio de la Resurrección. En Jn 21, 15-17, se da un diálogo real y cercano donde se acepta el pasado y se mira la expectativa de futuro de otra manera: “¿Me amas?” Repetida en tres ocasiones pone la verdad sobre Pedro delante y pone, también, el amor a Pedro a la vez. No se da uno sin otro. Y en las tres se acaba igual: “apacienta mis corderos”. Es decir, lleva a cabo tu misión.

Finalmente, la Pascua que vamos a celebrar no es para ensimismarnos sino para salir de nosotros, a este mundo con guerras, con dolores, con desencuentros, con abusos... Ahí está Dios. Allí sigue Dios. ¿A qué modo de vivir la misión nos llama Dios? ¿A qué me llama a mí?
¡Feliz Pascua del Señor!

Antonio J. España, SJ

ver +