
Manresa: las cartas de Ignacio de Loyola
En este número de la revista MANRESA (abril-junio 2023) hemos querido asomarnos un poco a ese género de documentos ignacianos poco conocido que configura su epistolario. Los doce volúmenes de «cartas» ignacianas que se han publicado en la Monumenta Historica Societatis Iesu encierran, en verdad, un conjunto de textos muy diferentes que son absolutamente necesarios para conocer el pensamiento ignaciano ya no en forma de texto cerrado y sistemático, sino en diálogo existencial con las biografías
de sus destinatarios. Por eso las cartas ignacianas constituyen un tesoro escondido para la mayoría de los amantes de la espiritualidad ignaciana, un auténtico bosque muy poco
explorado. Y necesitábamos un experto para guiarnos en la variedad de textos de muy distinto tipo, con más de 6.500 documentos.
Nos guía en la presentación del epistolario José García de Castro, que responde a las preguntas que le podríamos hacer para conocer el conjunto de esos documentos: cuántas, de qué
tipo son, cómo se fue formando el epistolario, qué papel tuvieron los sucesivos secretarios, destinatarios… Todo ello encuadrado en el género literario epistolar, especialmente significativo en la época en que vivió san Ignacio.
La doctrina espiritual ignaciana es de mucha riqueza, y no se reduce a lo expuesto en los Ejercicios espirituales o en las Constituciones. Una aproximación más íntima a esa doctrina espiritual la encontramos en el diálogo epistolar entre Ignacio y otro místico como era Francisco de Borja. En esas cartas se percibe la pedagogía ignaciana para transmitir a Borja una forma de vivir la relación con Dios un poco distinta (más libre, más afectiva, más gratuita) de la que Borja practicaba, y muy propia de su época. El profesor Christofer Staab nos presenta algunos rasgos de esa espiritualidad ignaciana que Borja, sin duda, aprendió.
Ignacio pronto experimentó que mediante la conversación podía «ayudar a las almas», como él mismo había sido ayudado en su discernimiento. Y un instrumento pastoral que utilizó desde el comienzo de su vida penitente, pero especialmente con sus primeros compañeros y con tantas otras personas fue la conversación espiritual con fines apostólicos. Ignacio la
emplea, pero también sistematiza de alguna manera el «modo de conversar en el Señor», y lo expone especialmente en tres instrucciones que ofrece a algunos compañeros enviados a misiones difíciles y que analiza con rigor la aportación de Daniel Nørgaard.
Si Ignacio de Loyola cree en el diálogo personal de discernimiento y lo practica con frecuencia, su experiencia del mundo (antes y después de su conversión) le lleva también a tener una espiritualidad que tiene que ver con el mundo de las cosas concretas, sociales, económicas y políticas. Daniel Izuzquiza nos presenta a este Ignacio gestor y líder, que afronta
asuntos concretos y se mueve con seguridad en medio de las paradojas o polaridades que conviene integrar para «buscar y halla a Dios» en todo, también en los «negocios» de este mundo.
Sabemos que Ignacio es un buen conocedor y acompañante de las personas porque ayudó de muchas maneras en situaciones problemáticas que hacían sufrir a la gente y que Ignacio supo afrontar con libertad cristiana. Aunque, como se nos dijo en el primer artículo, no todas las cartas de asuntos problemáticos han quedado archivadas y publicadas, Pedro Mendoza escoge algunas situaciones particulares donde Ignacio se muestra como maestro espiritual y psicólogo consumado, capaz de integrar las mociones naturales con las espirituales, distinguiendo bien en medio de escrúpulos, afecciones desordenadas y problemas eternos de la castidad consagrada.
Cierra la temática el artículo sobre el final de las cartas ignaciana: «que su voluntad siempre sintamos y enteramente la cumplamos». En el análisis de José Carlos Coupeau aparecen distintas variantes que, sin embargo, reconocemos como algo identitario de la espiritualidad de Ignacio mismo que, poco a poco, se expande y se reconoce en otras personas que lo tratan
y que, al reproducir ese mismo pensamiento, confirman la consolidación de una espiritualidad más allá del santo de Azpeitia.
La revista incluye una colaboración de Gabriel Verd sobre el valor y el significado que tuvo para los jesuitas llamarse e identificarse como “Compañía de Jesús”.
En el apartado de Ayudas para dar Ejercicios, Javier Cía escribe sobre el acompañamiento ignaciano de la oración y Luis María García Domínguez concluye la ayudas dedicadas a los Itinerarios de iniciación a la experiencia de Dios con un artículo sobre la autoevaluación del acompañante. En la sección Semblanzas recogemos la que hizo Tony Mifsud, recientemente fallecido, de Edward Mercieca, jesuita maltés, afincado en Chile que ha sigo uno de los renovadores y dinamizadores de la práctica de los Ejercicios y de la espiritualidad ignaciana en los últimos años. Como siempre concluimos con las páginas dedicadas a las Recensiones.