
Semblanza del P. Salvador Vergés SJ
Cuando Salvador Vergés entró en la Compañía era ya presbítero y yo estaba de simple maestrillo en el juniorado. Eran tiempos en que (al revés que hoy) el clericalismo no estaba considerado como una plaga, sino como una virtud. A los simples “fratres” (y no digamos a los meros “hermanos” novicios) nos inspiraba respeto tratar con alguien investido de tan alta dignidad. Pero pronto corrió entre los maestrillos de aquel Raymat de 1958: “pues no parece cura”…
Su noviciado y mi magisterio coincidieron, con lo que ambos nos volvimos a encontrar en St. Cugat, yo para comenzar la teología y él para ponerla al día. Él desapareció un buen día sin dejarse sentir y, aunque decían que estaba destinado a profesor de teología, le tocó pasar antes por aquel “magisterio” que yo ya había superado. Tan sonriente y tan tranquilo en un lado como en otro.
Tras esas inevitables separaciones volvimos a encontrarnos en Roma: él escribía su tesis con la misma tranquilidad de siempre y a mí, aunque estudiaba en el Bíblico, me tocó vivir en el Belarmino, donde estaban todos los llamados “bienistas” (desde ese prejuicio, que ya entonces comenzaba a cuartearse, de que una tesis doctoral duraba solo dos años). De toda la comunidad, parecía el menos preocupado por las infinitas molestias de esa especie de “embarazo ectópico” (y mucho más largo que el otro) que es la redacción de una tesis doctoral.
La terminó a su debido tiempo. Y, si no recuerdo mal, con director que tenía fama de duro, como era el P. Orbe. Sí recuerdo que, durante la defensa de la tesis, el director le puso una dificultad que iba, por así decir, en serio. Salvador la tomó como un mero trámite para llenar el tiempo del acto, y respondió como en broma y sin hacer caso al ataque, con lo que el director se molestó un poco hasta ponerse más agresivo. Al final la dificultad se resolvió y recuerdo que, al acabar, comentando el incidente con los compañeros, alguien le preguntó: “pero ¿no te has dado cuenta de que te lo decía en serio?”. Y Salvador sin perder su eterna sonrisa respondió: “hombre, si me había aprobado la tesis, yo pensaba que todo estaba bien”…
Dos o tres años después volví yo a Sant Cugat. Él andaba entusiasmado con la mariología (mientras los compañeros decíamos que María “le va a volver más inmaculado”). Desaparecía con frecuencia entre Granada y Deusto y Colombia, siempre encontrándolo todo bien, hasta cuando le cayó encima el tratado de Trinidad que entonces soportaba la difícil misión de pasar una especie de “matemáticas irracionales” (como el que habíamos estudiado nosotros), a ser una auténtica mina pastoral. Le tocó ser uno de los pioneros de esa difícil tarea.
Y así, siempre con su sonrisa y la convivencia fácil, hasta el día en que se le declaró un tumor cerebral, con la operación consiguiente y la constatación posterior de que la enfermedad no le había afectado las neuronas de la amabilidad y la sonrisa, pero sí las de la coherencia. A veces explicaba en el comedor cosas como hacía poco “se había encontrado con Rahner en la biblioteca” (Rahner había muerto en 1984). Esto le obligó a subir a la enfermería, sin perder nunca su paz y su amabilidad. Enfermo y todo, era la persona que, cuando te tropezabas con él, lo primero que hacía era dedicarte una sonrisa. Creo que, en tantos años de convivencia, nunca le vi serio. Y quizá es la única persona de la que me atrevería a decir que nunca faltó a la caridad. Una vez más: “Déu te guard, Salvador”. Y ahora para siempre.
José Ignacio González Faus SJ
Descargar la semblanza en pdf en este enlace: 2020 57 Necrológica Salvador Verges