Semblanza del P. Miguel Juárez SJ

La vida es caprichosa y a veces te enfrenta con aquello que nunca habías imaginado. Así lo intuí al recibir la invitación a escribir la semblanza de mi buen amigo y compañero Miguel Juárez tras su muerte imprevista, aunque no sorpresiva, dado el deterioro creciente de su salud. En la soledad sonora de la caída de la tarde del domingo 2 de agosto, Miguel abrió la ventana de su habitación para contemplar un cielo nuevo y una tierra nueva y entrar definitivamente en el tiempo eterno de Dios.

Desde las cañadas oscuras por las que transitamos en estos recios meses, pero sin dejar de escuchar el rumor de la fonte que mana y corre, aunque es de noche, la partida de Miguel me ayuda a contemplar la banalidad de muchas de las cosas por las que tanto nos afanamos y distraemos inútilmente, sin buscar lo que es esencial, pero también me ayuda a fortalecer la confianza creyente de que, en ese instante, fructifica lo que hemos sembrado, la entrega generosa a nuestra misión, los talentos que hemos procurado multiplicar y que, gozosos, devolvemos a Dios.

Me sirvo para estas líneas de algunos párrafos del artículo “Amigos en el Señor”. Jalones de una historia compartida, con el que contribuí en el merecido homenaje que le tributó la Universidad al jubilarse, recogido en Miscelánea Comillas (Enero-Diciembre 2014).

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