Semblanza del P. Joaquín María Domínguez Martín
Ya un breve repaso a su curriculum nos anuncia un itinerario internacional, además, muy longevo, de 98 años: A su nacimiento ibicenco, su ingreso como jesuita en Andalucía y su primera formación en Cataluña, se añaden su misión en Japón, estudios en Estados Unidos, su vuelta a Andalucía y últimos años en la comunidad autónoma de Madrid.
Quizás la vida tan internacional que ha vivido en sus 98 años, dispersa en varios continentes, no le ha facilitado echar raíces ni establecer relaciones profundas con sus compañeros. Tampoco su espiritualidad piadosa y su duro carácter le facilitaban comprender otros modos de vivir la fe y la vida religiosa. Además, por su sordera, que, lógicamente se fue radicalizando, se fue aislando, pues, como suele ser habitual con los sordos, el diálogo con ellos se convierte en un molesto intercambio de gritos. Una vez me gritaba tanto que le dije: “Joaquín, que el sordo eres tú; no yo”. Dicho este preludio, ya sólo quedan aspectos positivos, a los que me referiré con cuatro sustantivos.
El misionero. Tuvo una vocación misionera temprana, pues, acabada la Filosofía en San Cugat del Vallés (Barcelona), marchó a Japón donde trabajó durante 22 años, como profesor universitario. Es una misión dura, en la que la Compañía y la Iglesia han invertido mucho en personas y recursos, y que no acaba de “prender”, a tenor de lo sentenciado por el “Inquisidor” en la película “Silencio”. Allí la Compañía promueve la fe cristiana y contribuyen a ofrecer un rostro amable de la Iglesia católica, como una institución culta, tan valorado por los japoneses. Así lo hizo Joaquín, en ámbitos académicos como la lengua española y la Historia. Por supuesto, dominaba el inglés y el japonés, si bien yo no conseguí aprender la versión japonesa de un refrán que él repetía
y que en castellano dice “Hasta el mono se cae alguna vez del árbol”.
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