
Una flor amarilla el 1 de noviembre
Antonio Bethancor, que dedicó su vida a la misión de la Compañía de Jesús en Paraguay es el último de nuestros compañeros que descansa en el cementerio de Vegueta. Hoy ha hecho un sol fuerte, picón. Se ha colado inmediatamente después de un chubasco tormentoso intenso. Todo huele a humedad. Nos acercamos al pequeño monumento que señala el lugar de los nuestros con un grupo de amigos y amigas: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo...", comienza nuestra pequeña celebración. Manolo, un amigo aparejador, lee con temblor en la voz una pequeña introducción: "Venimos por la memoria agradecida a la que queremos ser fieles, por el presente lleno de vida y muerte que evita nuestras alucinaciones, venimos por la promesa, por la esperanza, a la que el Cristo nos llama". Una flor amarilla nos recuerda que José A. Morillas descansa aquí. Se lo llevó también el cáncer, como a Antonio, como a Castro Merello, antes de lo que hubiéramos esperado. El amarillo era su color: un reloj, unos calcetines, unos pantalones. Todo, con alguna frecuencia, disimulado bajo la una chilaba que hacía gritar al vecino: "¿Llegó usted en la patera de las cuatro?". Me asalta la sonrisa de José Antonio, en este ratito, al sol, junto a la tumba. También me asalta la poética de Castro Merello, el primo de Alberti, el que le dijo que se dejara de tonterías, que había sido muy buen alumno del colegio del Puerto y que no le quedaba bien andar diciendo que los jesuitas lo habían echado. Castro Merello que pintó con palabras esta tierra ("Acuarelas líricas canarias") y acompañó por los siglos a los antiguos alumnos del colegio. Escuchamos a Javier Castillo SJ, que lee el Evangelio: "Felices los pobres, porque de ellos...". Me asalta el recuerdo de Cristian Briales, toda la vida queriendo estar, carismáticamente, del lado de los pobres. Sus mil accidentes, su enfermedad, su risa, su canto, su oración. A la hora de las peticiones, vamos repitiendo: "Escucha, Señor, nuestra oración": para que la memoria de nuestros compañeros, la misión de la Compañía y la promesa de la vida de guien guía nuestro discernimiento y nuestras elecciones, sea siempre para su mayor gloria. Hablo con mi hermana un rato al teléfono, me pregunta que donde estoy, le quiero decir que junto a la tumba de tantos amigos. Pero se me quiebra la voz. Finalmente, alguien lee a Arrupe: "La esperanza fue una de las actitudes que distinguen la figura de San Ignacio, esperanza ciega, como él mismo la llama, esperando contra toda esperanza...". Eva, que nos acompaña, entona un canto. "Concédeles, Señor, el descanso eterno. Y brille para ellos la luz verdadera...". Y para los que esperamos.
Lucas López SJ