Publicado: Jueves, 21 Marzo 2019

Las mujeres del Baobab: crónica de viaje a Sokone (Senegal)

I. La llegada

Todavía no es noche cerrada. A mi derecha se extiende una llanura sobre un fondo que conserva un mínimo de luz solar. Se dejan ver las siluetas reconocibles de los baobabs y las acacias. Nuestro “chofer” emite una queja y deja ir el coche hacia la orilla. Cristina traduce: “Parece que se ha roto el cable del acelerador”. Detrás, Peter permanece en el silencio que se apoderó de él desde que nos subimos en el coche en el aeropuerto de Dakar –es el silencio de los ojos llenos de este mundo empobrecido que nos entra desde los lados de la carretera-. Aterrizamos con casi dos horas de retraso y por eso Rosalía y Brahíma, que tenían que haber continuado su vuelo de conexión hacia Bissau, vienen ahora en nuestro automóvil herido hacia Sokone. Desde que Binter nos avisó del retraso en el Aeropuerto de Gando, se pusieron en marcha las gestiones telefónicas para el plan alternativo: llegarán a Bissau mañana, dormirán esta noche en la Mission Catholique de Sokone, al amanecer partirán hacia el sur, atravesando Gambia, hacia la frontera con Guinea. Gracias a Dios, el coche que había alquilado Cristina era amplio: seis plazas y buen espacio para el equipaje. Senegal nos recibe con un manto dorado de calima y sol. Tras el latoso procedimiento del pasaporte –con paso de una ventanilla a otra ante el error del escáner que copia las huellas digitales-, circulamos por una carretera repleta de tráfico, personas que hormiguean las orillas con mandarinas y bolsas de agua a la venta, y rectas enormes en las que cada adelantamiento responde a un cálculo preciso a pesar del ojo de buen cubero. Ya estamos en Senegal. ECCA lleva años en este país. Javier Montes SJ pasó buena parte de su trabajo en ECCA con nuestro proyecto en la tierra de Leopold Sédar Senghor, el poeta senegalés que llegó a la presidencia. Aquí, nuestra labor tiene como contraparte a las religiosas de la Asociación de Centros de Salud Católicos. Además de Cristina, muy valorada por todo el mundo, la continuidad del proyecto le debe mucho al equipo que, desde Canarias, apoya todo lo que se hace.  El nombre de Nieves, que va y viene por África Occidental, provoca sonrisas en cuanto se pronuncia. A la noche, hacia las 12, con cuatro horas de retraso sobre lo previsto –incluyendo rotura del cable del acelerador (impresionante ver a nuestro "chofer" sacar el cable del capó y acelerar tirando de él con la mano por la ventanilla durante dos horas) y  otra parada para que la policía revise los papeles de nuestro automóvil-, nos espera Elizabeth (Congrégation de la Providence de Lisieux), para cenar con nosotros y mostrarnos nuestro alojamiento. La hospitalidad es extraordinaria. La conversación interesante y divertida. La hermana Elizabeth nos regala tortilla, ensalada y un postre de yogur y plátano. Después de la cena, caemos agotados. En la cabeza y en el alma, la agenda que Cristina nos ha preparado para mañana. Empezaremos temprano, a las 6:30 salen hacia Bissau Brahima y Rosalía. Luego misa. Ponemos el despertador. La mosquitera está impecable. Antes de caer sobre la almohada ya duermo.

II. Mañana del sábado con las autoridades

Intervinieron todas. El jefe del barrio, un ya mayor ex emigrante pescador en Canarias, daba la palabra con una mirada centrada en quien hablaba. Las mujeres se sentaron mezcladas con los hombres y él  nos situó a su lado en el círculo que se formó a la llegada. Luego traducía en un castellano borroso y con ligeros tintes canarios: “Es lo mismo”, dice tras la tercera intervención: “Que dan gracias al proyecto de ECCA, que están ahora más organizados y que se está limpiando todos los lugares donde la basura se acumula”. Aunque el traductor insista en "es lo mismo", aquí nadie queda sin hablar, con vehemencia y gestos amplios, contándonos su experiencia del proyecto. La hermana Elizabeth nos acompaña todo el día. En todos los foros hoy escucharemos alabanzas sobre la labor de Cristina, nuestra responsable del proyecto, que también se implica en las conversaciones: pregunta, traduce, cuenta. Empezamos la mañana con la eucaristía: un pequeño grupo cristiano presidido por un sacerdote calasancio de Costa de Marfil. Desde el amanecer, las cinco, cada una de las mezquitas aporta su llamada a la oración que va avanzando como una marea agitada de voces y clamores. Un tono de espiritualidad que nos viene bien, aunque resulte chocante para quienes venimos de otro contexto. En el desayuno nos enteramos que la hermana Elizabeth cumple años. Treinta y nueve, averiguamos pronto. Ella me pone setenta... (Tengo que hacérmelo mirar). Lo cierto es que por la calle arenosa casi arrastro los pies (parezco setentón). El barrio tiene suelo de arena y polvo. Hay árboles, no pocos, que anuncian lo que será por la tarde la visita a las zonas rurales. En el paseo mañanero, con las autoridades, nos acercamos al mar, una zona plagada de manglares bellísimos. Sin embargo, las orillas acumulan todavía basura. De eso irá buena parte del día: nuestra formación pone el acento en la necesidad de una higiene personal y social que tiene impacto directo en la salud. Acabamos la mañana conversando con el director de salud (Gobierno de Senegal) de la región, donde, dispersas por centenares de aldeas, viven cerca de doscientas mil personas. El director nos recibe amable y se muestra muy interesado en proponer su reflexión: “es importante que el proyecto sea asumido por la comunidad”, insiste ante nuestras preguntas. “El impacto del proyecto es ya evidente”, sostiene sin dudarlo. El “pero” viene del lado de la extensión: “Necesitaríamos que abarcara más población en el distrito y que durara más tiempo”. Durante las conversaciones se deja caer que deberíamos ampliar la formación a la salud de la piel y a temas vinculados a diabetes e hipertensión. Nuestro contacto con las autoridades culmina en una llamada de teléfono y un mensaje de wasap del alcalde: “Bonjour M Lopez. Bienvenue á Sokone. Je suis très content avec le Project…”.

III. Tarde de aldeas

Entramos en casa de la “madrina” -todo pueblo tiene una madrina, una señora con autoridad moral al que acuden las jóvenes con sus problemas y preocupaciones-. Cristina y la hermana nos han contado la historia: “Una pariente de otro pueblo tuvo mellizos, pero como tenía muchas dificultades para salir adelante, se los hizo traer”. Nos abren su puerta. Nos saludan con una sonrisa. La hermana atiende a las criaturas que parecen muy débiles. Usan leche maternizada, muy cara, que están consiguiendo como pueden. La mamá está hospitalizada. Lleva ya tres transfusiones. Hace un calor tremendo. El sol cae casi vertical y el coche nos trae a saltos por caminos de polvo de aldea en aldea donde en años anteriores hemos estado trabajando con el Proyecto. La tarde la pasamos conversando, escuchando, comprobando cómo se vive en estas aldeas dos años después del paso del proyecto. Antes de la casa con los mellizos enfermos, hemos pasado ya por tres aldeas. En todas nos espera el jefe del pueblo, la madrina, nuestro responsable en la zona, muchas veces mujer, y otras personas que se unen a la conversación. Nos ponen debajo de un anacardo, de un mango, de una acacia, a la sombra, mientras cuentan cómo van las cosas, cómo han incorporado un nuevo saber hacer, cómo la higiene está mejorando la salud de todos. Siempre se acercan los niños y las niñas que miran con ojos grandes y silenciosos. Alguna que otra risa irrumpe de vez en cuando. Tras cada intervención, aplausos. En algunos lugares, nos cantan y bailan las danzas tradicionales. Nos vienen las palabras del director territorial de salud: “Es necesario que las comunidades asuman el proyecto”. Ahora nos resulta evidente que muchas de ellas lo han hecho. Lo vemos, lo escuchamos, lo notamos en los pueblos limpios y organizados. En casa, a la cena, nos espera la comunidad entera (dos religiosas francesas, Elizabeth, que es de Senegal, una postulante y tres aspirantes muy jóvenes).  Seguimos sin saber qué ha sido de Brahima y Rosalía, nuestros guineanos, que partieron a la mañana hacia su país.

IV. Dosis de realismo

Al final del día volveremos a casa con las imágenes de una discusión intensa. Uno de los coordinadores del proyecto ha llamado la atención a dos mujeres por ir a tirar la basura a una zona donde la gente que hace el curso ha estado limpiando. El hombre de la casa se molestó y se acercó alterado al grupo. Dosis de realismo: no llegamos a todo el mundo, muchas personas quedan al margen de la formación y no todas comparten la necesidad de la limpieza. Queda tiempo. Queda trabajo. Es domingo y hemos asistido a la celebración parroquial antes de darnos un paseo por los manglares. Bellos cantos y alguna sorpresa. Al final de la misa se nos acerca un hombre hablando un perfecto español. Se llama Martín. Recién jubilado. Es discípulo de Amadou Ndoye, el hispanista senegalés conocedor de la literatura canaria. La tarde comienza de nuevo bajo un manto de luz y plomo. Insiste Cristina que hace buen tiempo, que no hace demasiado calor. Recorremos los grupos. Al parecer, en Sokone, casi todos los grupos se reúnen el domingo por la tarde con sus tutoras. Así que toca llegar a cada grupo (por un vericueto de calles que ni Cristina ni la hermana Elizabeth dominan –por aquí no, marcha atrás, a ver si es por allí-) y luego sentarnos mirar, admirar, escuchar, ver. Preciosa la labor de las monitoras. Tomás, uno de los coordinadores, hace un papel extraordinario. En todos lados alaba la labor de las monitoras y propone preguntas a las que las alumnas responden: risas y aplausos. Normalmente, los grupos se reúnen debajo de un mango. Cada persona trae su silla de casa. Visten con elegancia dominical. Atienden a la monitora con diligencia y, cuando nos presentan, cuentan con pasión lo que están viviendo. Una de las visitas es al Comité de Sanidad de la zona. Nos recibe el “jefe del barrio” en su propia casa. Van llegando los miembros del comité, alguno es alumno –uno de los pocos hombres- de nuestro curso. A Peter, que habla en francés, lo presentan como financiador proveniente de París (¡va a resultar que el proyecto es una “cooperación internacional” franco-española y no lo sabíamos!). En el comité pasan lista, nos piden el nombre y debemos firmar. Una señora apunta: “La hermana debe darse cuenta que ahora llevamos menos a las criaturas al centro de salud. Ya no hay basura. Ya no se enferman”. Luego viene el incidente: dos señoras que van a tirar basura, nuestro coodinador que les llama la atención y se monta una discusión acolorada con el “hombre de la casa”. Cuando nos fuimos, todavía discutían. “Todo cambio tiene su precio”, señala la hermana. Cristina subraya afirmando con la cabeza. Peter hace silencio. Esta noche, en la comunidad se celebra el cumpleaños de la hermana Elizabeth. Nuestro regalo: jamón y queso palmero (triunfamos). Mañana volamos de vuelta a las islas. Es lunes de carnaval: los Indianos en La Palma.

P.D. Antes de salir para el aeropuerto, en la mañana, visitamos el Centro Puerta de la Esperanza, para menores con discapacidades. Algunas de las niñas, algunos de los niños, vivían escondidos en una habitación trastera de las casas. El Proyecto los ha sacado a la luz y ahora los traen al centro. Hay muchos motivos para agradecer.

Lucas López SJ

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