
Huertos y confinamiento
Estos días las redes están muy activas con el debate de si las personas que tienen huerto deberían poder acudir a él. Las razones a favor son muchas: personales, económicas, ambientales, etc.
Las personas que tienen huerto, al menos los mayores, lo que más valoran es la relación vital que tienen con la tierra y el huerto. Y eso se manifiesta en las expresiones que usan para hablar de ello. "Con mis ochenta años prefiero morir en el huerto que seguir en casa sin poder salir", "a mí el huerto me da la vida", "aquí el tiempo se pasa sin darse cuenta". Una relación que habla de cómo en el huerto tienen proyecto, ilusión, creatividad, algo por lo que moverse cada día, una fuente de salud y bienestar, una terapia ocupacional. Y pienso que también, cuando llega el ocaso de la vida, sienten que la vida sigue creciendo entre sus manos, siguen siendo fértiles, gracias a sus esfuerzos y cuidados. Y eso es mucho más importante que el producto en sí que obtienen de los huertos, siendo éste también importante. Por eso llamarlos huertos de ocio es no haber entendido nada de esta experiencia. Y desde ahí hay que entender esta demanda social por volver a sus huertos. Esto no es un trabajo en una fábrica. Esto no es cuestión de vida o muerte, como dice un hortelano amigo, es mucho más importante que eso.
Por eso también está desenfocado el estado de alarma cuando dice que las personas se podrán desplazar al huerto sólo en caso de que los productos sean de primera necesidad. Esa necesidad la aplican sólo al valor económico de cuatro lechugas, no a esos otros valores, menos tangibles, pero mucho más importantes entre los que va incluida la felicidad de las personas mayores.
#yocomodelahuerta , un hastag que recorre las redes para recordarnos que hay un modo de vida más natural, más creativo, más respetuoso con la tierra, a la que todos pertenecemos, menos globalizante, más de proximidad, menos infecciosa.
En ese mismo contexto han salido a la luz en ese decreto las diferencias entre el mundo urbano y el rural. El centralismo y la absoluta falta de puesta en marcha el principio de subsidiariedad resulta paradigmático cuando en pueblos de veinte, o cincuenta habitantes, sin ningún caso de enfermedad, la Guardia Civil vigilaba para que nadie salga ni a dar un paseo por donde siempre lo ha dado bajo amenaza de multa, condenando a sus solitarios vecinos a la soledad, a no poder ir al huerto (aunque sí podían viajar kilómetros para ir al súper del pueblo más cercano, porque al súper sí se puede ir, aunque tenga mucho más peligro y esté más lejos).
Los hortelanos de INEA están rabiosos por volver, dispuestos a cualquier disciplina que mantenga la seguridad de todos; les asiste la razón, que no es poco, el sentido común y el derecho a disfrutar en la última parte de sus vidas de aquello que les proporciona realización personal. Hasta en esto son castigados en esta terrible pandemia los más mayores.
Nunca habíamos podido pasear tan despacio cada día entre los 430 huertos de INEA; los vamos conociendo uno por uno (sólo en parte por el interés de ir recogiendo aquello que madura). En cada huerto estamos conociendo a la persona que lo trabaja y cuida, lo que le gusta, su forma de ser, su creatividad, su rigidez o flexibilidad, su capacidad innovadora; todo eso se refleja en ese pequeño pedazo de tierra, cuidada y trabajada con mimo, en una relación personal profunda, íntima y amorosa. El huerto está lleno de muchos pequeños detalles: semilleros, puertecitas, sistema de riego, disposición de plantas, flores, invernaderos, trampas. Por eso duele tanto la separación, porque igual el horizonte no es tan largo a estas edades y se siente que se desaprovecha un momento precioso de dar vida y sentir la vida.
La verdadera cosecha de mi vida diaria es algo tan intangible e indescriptible como los matices de la mañana o de la tarde. He cogido un puñado de polvo estelar, un segmento de arco iris. (Henry David Thoreau)
Félix Revilla SJ