«Rememorar el sacrificio de Cristo en la cruz cada vez que presida la Eucaristía, o perdonar pecados en su Nombre, es sobrecogedor»
Pedro Rodriguez-Ponga SJ nació en Madrid en 1986 y entró en la Compañía de Jesús en 2009. Ha estudiado Derecho, Empresariales, Filosofía, Teología, y un máster en Derechos Humanos. Estos estudios le han llevado en los últimos años a residir en San Sebastián, Loyola, Londres, Sevilla, Madrid y Lovaina, donde se encuentra en la actualidad estudiando la licencia en Teología con la especialidad de moral social.
Rodríguez Ponga es uno de los cuatro jesuitas que serán ordenados sacerdotes el próximo 11 de julio en Madrid. Con él iniciamos una serie de entrevistas que nos permitirá conocerlos un poco mejor.
Háblanos de tu vocación jesuita: ¿cómo la descubriste?
Mi vocación a la Compañía es fruto de muchas personas por medio de las cuales Dios fue llamándome a entregar mi vida plenamente a Él como jesuita. En primer lugar, Dios se sirvió de mi familia, donde viví la grandeza del amor incondicional. Al poco de nacer, fui bautizado por un jesuita, el Padre Maruri, en la parroquia San Francisco de Borja. Años después mis padres me enviaron al Colegio Nuestra Señora del Recuerdo, donde estudié 13 años y guardo magníficos recuerdos. El contacto con muchos jesuitas era natural: su espiritualidad, entrega y disponibilidad para ir donde fuera necesario siempre me llamaron la atención. Al terminar el colegio, hice la carrera de Derecho, con el deseo de hacer algo grande, de mejorar el mundo y mi país; pero a medida que pasaban los años de carrera, vi que la mejor manera de cambiar el mundo es a través de la conversión radical a Cristo, de procurar vivir como Él vivió, amando a los demás y sirviendo a quienes más lo necesitan. La frase del Evangelio que más me impactaba en los años de universidad era: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo? (Mt 16, 26). A día de hoy, sigo volviendo una y otra vez a ella, porque me recuerda algo nuclear en mi vocación.
¿Qué significa para ti el sacerdocio?
Veo el sacerdocio como una llamada de Dios a unirme más estrechamente a su Hijo por medio del sacramento del orden. El hecho de que Dios se fijara en alguien como yo, pecador y limitado, es un misterio que no deja de sorprenderme. En estos casi once años de formación, Dios ha ido confirmando en mí la llamada a sanar un mundo herido, no de cualquier manera, sino por medio de los sacramentos, en especial de la Eucaristía y la confesión, donde brillan de forma especial el amor de Dios hacia toda la humanidad. Rememorar el sacrificio de Cristo en la cruz cada vez que presida la Eucaristía, o perdonar pecados en su Nombre, es sobrecogedor. Pero si miro para atrás, en medio de las muchas pruebas y dificultades, puedo decir que Dios nunca ha dejado de darme su fuerza para seguirle, ¡y confío en que siga haciéndolo en el fututo como sacerdote! Dios no siempre resuelve nuestros problemas, pero apostar por Él es apostar a caballo ganador, y nunca abandona a quienes ponen su confianza en Él.
Llega este hito en tu vida como jesuita en medio de la crisis del COVID-19, ¿qué aprendizajes crees que nos dejará lo vivido?
Creo que aún nos falta perspectiva histórica para evaluar cómo nos está afectando la pandemia. Hay días en los que pienso que, cuando termine, todo será distinto, y otros en los que me temo que lo olvidaremos pronto y volveremos a lo de antes “como si nada”. En cualquier caso, el COVID19 nos ha hecho contemplar la enfermedad y la muerte de manera muy directa y real. Como toda experiencia de sufrimiento, resulta difícil encontrar causas claras. La actitud cristiana ante el dolor es, en primer lugar, luchar contra el mal evitable; pero siempre habrá un mal inevitable, que nos hace reconocer nuestra insignificancia en el universo y volvernos a Dios, sabiendo que el sufrimiento de Cristo en la cruz no es absurdo sino que es fruto de un amor que llena de vida, consuelo y esperanza a quienes creen en Él.
Ser ordenado sacerdote en medio de esta pandemia me recuerda dos cosas: por un lado, que Dios sigue actuando en el mundo, que no se olvida de nosotros; y, por otro, que la mejor manera de responder ante el dolor y el sufrimiento no es el enfado o la frustración. Es natural entristecerse ante acontecimientos dolorosos o injustos en nuestra vida, pero Dios nos llama a responder ante ellos desde el amor.
Afectará inevitablemente a la celebración…
Será una ordenación y una primera Misa distintas a lo que esperábamos, evidentemente. Pero confío en que, a pesar de las restricciones, sean celebraciones intensas en las que podamos dar gracias a Dios por todo lo que nos cuida.