Publicado: Martes, 21 Julio 2020

Maestrillo de puertas para adentro

Cuando recibí el correo electrónico en el que se me comunicaba el destino al Colegio San José de Villafranca de los Barros (Badajoz), lo primero que hice fue mirar el catálogo y leer los nombres de mis nuevos compañeros: de los nueve que viviríamos en la casa al año siguiente solo conocía a Juan Boronat (el otro maestrillo que venía conmigo destinado allí) y a Antonio Cruz. Había oído hablar de Javier Gómez y del resto ni idea. En esos momentos podía agobiarme el trabajo que desempeñaría, pero, francamente, me preocupaba lo inmediato y eran mis compañeros: ¿cómo serían? ¿qué pensarán de mí? ¿y yo de ellos? ¿y si no congenio? ¿y si llego a una comunidad dividida o super dispersa? Las incertidumbres eran numerosas.

A continuación, hice cuentas: aunque más de la mitad habían ya pasado los 70 años, no me sorprendió demasiado, pues sabía que las comunidades con gente joven son típicas de la formación, pero no así en las comunidades “apostólicas”. En ese sentido, sabía que iba destinado a una casa de mayores, aunque con representaciones de todas las décadas: los 20 (yo), los 30 (Juan), los 40 (Javier), los 50 (Antonio), los 70 (Pedro Armada, Diego Díaz y Rafael Torcal) y los 80 (Pepe Díaz y Jaime Peñaranda).

El reto de insertarme en una comunidad de esas características era grande, ya que, aunque el peligro de la “fuga” hacia otros espacios más confortables era difícil debido a las circunstancias que rodean la misión (internado, clases, pueblo…), podía caer en la actitud de meramente tolerarlos, vivir bajo el mismo techo en vez de tejer y construir comunidad con ellos. Por eso después de pasar dos años en Villafranca, puedo decir que en ese rincón extremeño he encontrado amigos en el Señor: cada uno con su historia detrás, pero todos dispuestos a servir allá donde hiciese más falta, especialmente en las pequeñas y silenciosas cosas: fregar, poner la mesa, traer el periódico, tener los coches a punto, las medicinas… Es con ellos donde la palabra compañero, “que parten el pan juntos”, cobraba sentido cada tarde en la Eucaristía compartida, y es entre ellos donde la vocación a este servicio como amigo de Jesús se ha seguido confirmando, gracias a su experiencia y cercanía.

Agradezco enormemente la ayuda humana y espiritual que me ha aportado el vivir con compañeros mayores por primera vez, pues he tenido el lujo de vivir lo que nos indica San Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor, ya que cada uno hemos dado al otro de lo que tenemos y podemos, desde el amor, intentando hacer más cómoda la vida del que tengo en la habitación de al lado.

Rodrigo Sanz Ocaña SJ
(Maestrillo en la comunidad jesuita de Villafranca de los Barros, Badajoz, durante los cursos 18-19 y 19-20)

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