Publicado: Viernes, 28 Enero 2022

Una actividad comunitaria "entre rejas"

Ramiro Pàmpols, jesuita de la comunidad de Bellvitge, en la Plataforma Apostólica de Catalunya, colabora como voluntario en el proyecto “Puertas Abiertas” de la Fundación La Vinya, entidad del sector social que presta servicios a las tres parroquias del barrio de Bellvitge. Este proyecto consiste en un grupo de visitas a dos prisiones: ​​Brians 1 y Brians 2. Ramiro Pàmpols nos lo cuenta en este relato de su experiencia.

“Cada martes a las 9 de la mañana y hasta las 2 del mediodía, junto a otro voluntario, abogado jubilado y antiguo alumno del colegio de Casp, acudimos a visitar personas internadas en dos prisiones.

A 50 km de Barcelona, ​​cerca de Martorell, hay dos amplias construcciones penitenciarias en medio del campo: una, especialmente para mujeres (Brians 1), con más de un centenar de internas y otra para hombres (Brians 2) con 14 módulos con un centenar de internos cada uno, unos 1400 en total, aproximadamente.

Visitamos las dos prisiones, siempre priorizando a aquellas personas que tienen familiares en nuestro barrio y que nos lo piden explícitamente. A veces, se añaden otras que también atendemos.

Llevo tres años visitando Brians. Poco a poco me he dado cuenta de lo que supone esta realidad humana, tan escondida, en más de un sentido, entre montañas y llanuras. La entrada misma sorprende: una primera edificación de tres plantas (el conjunto de oficinas con multitud de funcionarios, especialmente mujeres) esconde el segundo edificio de dos plantas, en una hondonada, donde está la cárcel propiamente dicha: patio interior, sala común y comedor en la planta baja. Celdas y aulas en la primera.

Los talleres, almacenes, polideportivo y biblioteca están al otro lado, junto a la enfermería y el DERT (donde están los presos sancionados durante unos días o semanas), al final de un largo espacio al aire libre. El DERT es otra prisión en la cárcel.

Toda esta introducción es para deciros que cuando paso la primera doble reja, con su fuerte chirriar característico, me doy cuenta de que entro en otro mundo. Allí encontramos contrastes que hacen pensar: junto a un personal, la mayoría del cual nos resulta muy cercano a la hora de hacerles alguna demanda (asistentes sociales, juristas, educadores/as, funcionarios, etc.), contemplamos grupos de hombres y mujeres sentenciados a un considerable tiempo de cárcel: 5, 7, 11, 12 años... y otros con condenas mucho más cortas, por robos o deudas –a veces no importantes- que deben devolver monetariamente, mes tras mes. Mientras no lo hacen, quedan privados de libertad.

¿Cuál es nuestro papel? Muy sencillo: sobre todo escuchar. Hacer una terapia personal y hacer de intermediarios con el personal que les atiende cotidianamente. Formamos unos y otros una especie de red que facilita pequeños servicios pero que para los internos son importantes: llamar a la madre -sobre todo a la madre-, a la esposa, a los hijos, al hermano...

Lo que para nosotros se desprende de todo esto, es un sentimiento bastante negativo: imaginamos una especie de casi “ciudad”, con sus horarios establecidos: levantarse y pasar revista, después las ocupaciones de siempre, o bien el juego de parchís, ver la TV colgada del techo o los talleres, las comidas tres veces al día y nueva revista al acostarse. Rompen esta rutina las visitas de los familiares los sábados y domingos. Es casi obligado ir en coche, porqué el autobús no pasa con frecuencia.

Tienes la sensación de que son vidas que se están pudriendo poco a poco, que pasan unos años de los que muy pocos saldrán mejores de cómo entraron, a la vez que sospechas que el gasto de unos centros como estos, supone una gran cantidad de dinero que no se aprovechará... ¡Es cierto también que una prisión crea una importante cantidad de puestos de trabajo!

Cuando salimos para volver a la vida “normal”, nos preguntamos ¿no sería mejor destinar ese dinero y ese número de personal profesionalizado, a otra forma de “redención” de la persona, a pesar de las dificultades que puede suponer no privarlos de lo humano como es la libertad personal? O ¿estamos más atentos a sancionar y castigar que a recuperar para la sociedad? Me refiero especialmente al buen número entre ellos que sufren disfunciones intelectuales, a pesar de la discreta atención que se les presta en un ambiente cerrado y enrarecido.

Mientras, pensamos que “Puertas Abiertas” hace un buen servicio humanitario que damos a conocer en nuestras parroquias de Bellvitge siempre que tenemos la oportunidad.

Un servicio en el que estamos comprometidos como jesuitas, como muestra también que nuestro compañero Xavier Rodríguez haya sido designado por el Obispado de Barcelona al servicio de las prisiones de nuestra diócesis”.

Ramiro Pàmpols SJ

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