
Carlos Maza SJ, a las puertas de su ordenación
Ocho compañeros jesuitas de la provincia de España se ordenan sacerdotes este verano. Les preguntamos por su vida, su trayectoria como jesuitas, su vocación y cómo afrontan su próxima ordenación.
CARLOS MAZA SJ:
-Breve biografía:
Mi nombre es Carlos Maza Serneguet. Nací en Valencia, el 16 de noviembre de 1979, aunque mi pueblo es Paterna. Allí fui bautizado y allí estudié, en el colegio La Salle, hasta los 18 años. Después fui a la universidad e hice Derecho en el CEU San Pablo. Tras preparar dos años una oposición comencé a trabajar, y mientras trabajaba hice la diplomatura en Biblioteconomía y Documentación.
Conocí personalmente la Compañía de Jesús con 31 años, a través del Centro Arrupe de Valencia. Antes la conocía por cultura general. Entré en la Compañía dos años después, el 5 de septiembre de 2013. Tras los dos años de Noviciado en San Sebastián, fui con otros dos compañeros a Roma para la etapa de la Filosofía. El magisterio lo hice en Lleida. El bachillerato en Teología lo hice en Madrid, y ahora estoy en Nápoles haciendo la Licencia en Teología Fundamental.
-¿Dónde sitúas el origen de tu vocación? ¿qué destacarías sobre ella?
Aparte de lo que supone haber ido a un colegio cristiano como La Salle y la vivencia religiosa de la familia, creo que fue a partir de mi confirmación, ya con 26-27 años, cuando empecé a sentir esa llamada a seguir a Jesús más de cerca. De todas formas, no fue hasta que conocí a la Compañía que empecé a poner más nombre a las cosas. Aunque no conocía la Compañía de antes, puedo decir que desde el principio sentí una cierta familiaridad con ella. Fue clave conocer a jesuitas concretos. Con Ignacio Dinnbier, en Valencia, empecé a participar en las propuestas del Centro Arrupe. Una de ellas eran los Ejercicios en la Vida Ordinaria, que hice acompañado de Darío Moya. “Toma tu cruz cada día y sígueme”. Esa podría ser la frase de aquellos Ejercicios. Después, en el Noviciado, me pareció que efectivamente todo ese movimiento era de Dios.
-¿Cómo ha sido tu trayectoria como jesuita?
Creo que, conforme pasan los años en la Compañía, uno va teniendo una visión más realista sobre lo que es la vocación. Diría que la consolación aumenta, a medida que uno va experimentando que “sin Jesús no se puede hacer nada”. Pero también van apareciendo personas que son verdaderos apoyos, dentro y fuera de la Compañía. Va creciendo poco a poco la relación, el amor y la atención por los compañeros. Una cosa es la llamada, que está al principio, y otra vivirse como jesuita, que es algo que se va dando con la vida en la Compañía. Uno siente que Dios le va trabajando para hacerse disponible, para poder habitar más fronteras e ir donde te puedan enviar. Ahora mismo en Nápoles estoy muy contento. Cuando hago memoria del curso brota el agradecimiento espontáneamente.
-A las puertas de tu ordenación sacerdotal ¿qué sentimientos predominan? ¿qué intuiciones? ¿Qué es para ti el sacerdocio?
De cara a la ordenación sacerdotal, lo que experimento es que el Señor tiene una confianza “loca” en todos a los que llama. Eso es el consuelo principal, que se confirma cuando las personas vienen y te dicen lo contentas que están de que te vayas a ordenar, que se necesitan sacerdotes. Personas a las que quizá “solo” te une el vínculo de una misa los domingos. San Pablo dice eso de “consolar con el mismo consuelo con el que somos consolados”. Yo creo que ser sacerdote va de eso. Es difícil dar una respuesta única a lo que es ser sacerdote en el s. XXI, pero sin duda tendrá que ver con eso. En realidad, es una llamada general para todos los cristianos. Por eso, diría que mi intuición es no olvidar el sacerdocio común para iluminar lo que tiene de particular el sacerdocio ministerial, que sigue siendo muy importante (la prueba está en todas las controversias que genera su misma existencia y cómo se configura). Al final, creo que el sacerdocio es un regalo para poder mirar hacia fuera, para no quedar encerrado, y acordarse de los pobres.