Publicado: Jueves, 24 Enero 2019

Ser cristiano, un compromiso individual de consecuencias globales

El salón “Pedro Arrupe” de Centro Loyola de Murcia, volvió a convertirse el pasado 16 de enero en un interesante foro en el que, en esta ocasión, se planteó cual ha de ser la actitud del cristiano en su vida cotidiana a fin de que su compromiso con la fe y con el mensaje de Cristo se vea reflejada, a través de su actitud en el consumo, en el trabajo y el cuidado de nuestro entorno, siendo aquella una opción personal.

El doctor Pérez Quirós destacó la preocupación histórica de la Iglesia Católica hacia estos temas, reflejada con nitidez en las encíclicas de Juan Pablo II (Laborem Exercens), Benedicto XVI (Caritas in Veritatis) y Francisco (Laudatio Sí), y concluye que el modo en que consumimos, como invertimos nuestros ahorros y como afrontamos nuestro trabajo cotidiano, no son solo actos económicos si no morales. Consumir nos aporta una felicidad inmediata pero inconsistente.

Hemos de huir del consumo impulsivo y ser conscientes de las consecuencias del gasto no necesario, solo por la apariencia o por estar “a la última”. Cambiar de móvil o comprar ropa “just in time” provoca consecuencias globales. Hemos de valorar lo que tenemos. Como ahorradores no debemos buscar el beneficio máximo e inmediato sin saber qué se hace con nuestro dinero, esa rentabilidad ¿se obtiene con la especulación de bienes de primera necesidad, como alimentos o como la vivienda?

Cuanto antecede nos lleva a la siguiente cuestión ¿admiramos el esfuerzo y el trabajo o el enriquecimiento rápido? Cuando trabajamos dando lo mejor de nosotros, siendo creativos, sin poner “el piloto automático” contribuimos a mejorar la productividad y por ende a incrementar el PIB lo que significa mejorar el índice de desarrollo humano en nuestra comunidad. Del mismo modo cuando apoyamos una labor social a través de una ONG, ¿lo hacemos tras analizar serenamente y con criterio nuestra opción, o impulsados por una reacción espontánea? Tengamos en cuenta que ese esfuerzo hemos de mantenerlo en el tiempo.

El efecto de nuestras acciones tiene consecuencias y a nivel económico no suelen ser inmediatas, resulta más difícil encontrar la causalidad y la probabilidad, lo que no debe conducirnos al desánimo “Hay tanto por hacer que mejor no hago nada” (pensemos en la conciencia ecológica, el reciclaje, dejar el hábito de fumar, etc.), y no pensar que cuando cumplimos con lo que consideramos que es nuestro deber ético “hacemos el tonto” (pagar impuestos). Tenemos el deber de cuidar la creación con nuestras acciones cotidianas y “dejar que la belleza de lo que amamos se vea en todo lo que hacemos”.

 

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