Publicado: Domingo, 23 Agosto 2015

“África en Compañía 2015”: Descubrir África para conocerse uno mismo

Tras una experiencia de cinco semanas en Camerún, con sentimientos aun por asentarse escribo estas líneas desde el sur de España aprovechando las vistas a esa tierra prometida de la que nos separan unos kilómetros. Con miedo a generalizar y a categorizar, pero sin temor a ser sincero y exponerme, comparto algo de lo que ha significado para mí esta experiencia a través de personas y encuentros.

Aún no se bien qué me llevó a enrolarme en este viaje. Un amigo me dijo que reconociese que era un capricho, y probablemente sea así. Me encontraba en una situación ventajosa, acabando estudios y con futuro asegurado, pero con un equilibro inestable que se tambaleaba al mirar atrás o intentar proyectar. En pleno proceso de búsqueda de una felicidad verdadera, este viaje me ha llevado a toparme con una cultura y unas personas que han desmontado aquello sobre lo que me erigía. Y es que la felicidad verdadera, esa que no se basa en una sensación o en un instante, está tan cerca de uno mismo como el pararse y saber dejarse hacer.

Allí nos presentamos, cinco jóvenes y Juanjo Aguado sj (2 semanas después se sumó Francisco “Quillo” Cuartero sj) con ganas de conocer y servir en Yaoundé (capital de Camerún); mientras que otro grupo (cuatro jóvenes y una religiosa), que pasaría su tiempo en el dispensario de Bikop (pequeña población en la zona de selva habitada) conviviendo con las Esclavas del Sagrado Corazón. Nuestro hogar era el Foyer Saint Augustin, que más que un orfanato era una gran familia, y mi actividad transcurría en el Foyer de l'Esperance, donde mi compañero y yo pasábamos los días con los niños de la calle. Clases, juegos, fútbol, bailes, risas y conversaciones que hacían que cada encuentro fuese especial, igual que los que tuvimos en la parroquia universitaria con viejos conocidos como Jean Luc Enyegue sj o con jóvenes cameruneses que tenían inquietudes tan parecidas y tan distintas a las nuestras.

El primer paso del que quiero hablaros es "el tiempo africano".  Allí la vida se adapta al ritmo interior o el que nos marcan las circunstancias, y no es el cuerpo el que se ve forzado a seguir unos relojes, agendas y calendarios que a veces nos llegan a exprimir. Hay miles de ejemplos, como el esperar a que pare la lluvia para que llegue el profesor y empezar la clase o retrasar una misa porque la anterior no ha acabado al estar animada con los cantos de salida, pero el que más me ha marcado fue el que viví en el viaje de vuelta. En el aeropuerto de Douala la sala de espera era simplemente una sala de espera, donde lo único que superaba una conversación tranquila era la partida de cartas de mis compañeros. Al aterrizar en Estambul no solo me quedé impresionado con la cantidad de gente que recorría el aeropuerto, sino que me fijé en que la espera se convertía en compras, comidas, y conexiones, con aparatos que ocupaban las manos de la gente sentada buscando internet. Yo mismo me contagié de ese ritmo y apenas llegué me puse a pasear por el aeropuerto en lugar de esperar, algo que sí había sido capaz de hacer las últimas semanas.

La segunda bofetada que me dio África es que la felicidad no va tan ligada al bienestar. Aquí se nos cae un poco nuestra famosa pirámide. A la gente que he conocido en Camerún no le faltaba agua, comida, o un tejado bajo el que dormir. Así que con esas necesidades básicas satisfechas iríamos a por esas otras que nos dan el bienestar. Pero no es fácil superar ese paso con un sueldo de 150 euros al mes para un educador o jugando descalzo y con un balón desinflado al fútbol. Ahora bien, eso no evita que puedan ser felices. Me gustaría presentaros a Daniel, un chico de 11 años que lleva un año en el orfanato después de ir de pueblo en pueblo desde el Chad y sin posibilidad de que una familia le acoja más que unos días en vacaciones a cambio de un dinero. Daniel no tiene ni va a tener la infancia que se puede esperar para un niño español, pero tampoco tiene que envidiarles en nada a la hora de ser feliz. Llena su mochila del colegio de guayabas que recoge del árbol, se viste de domingo con sus zapatos nuevos cada vez que salen a hacer una excursión al zoo o a la ciudad, y disfruta de los malabares que aprenden en el hogar. Poca ropa, juguetes compartidos por todos y apenas un cuaderno para todos sus estudios, dejando más hueco para llenar de sonrisas su día a día en el tiempo que pasa estudiando, con los vecinos o paseando por el foyer.

Por último el "haz lo que te haga más feliz". ¿Y si lo cambiamos por “servir para hacer felices a los demás”? Aquí entra mi amigo Alfonso Ruiz Marodán, un jesuita español que lleva casi 50 años en África entre Camerún y Chad. Alfonso vivió en distintos poblados en el Chad, y tras ir introduciéndose en el paisaje a través de su lengua y sus tradiciones, tuvo que cambiar de destino porque los gobiernos le veían como un enemigo. Así llegó a Camerún, donde según él, su presencia era menos útil, para trabajar como ayudante de maestro de novicios. Pero entre Douala y Yaoundé fue conociendo poco a poco a los niños de la calle, por los que trabaja día y noche actualmente. Cómo un joven de La Rioja, con una formación envidiable y con el futuro en sus manos ha acabado tratando con niños que viven de robar y mendigar, que han sido expulsados y repudiados de sus familias. Y cómo esos niños le levantan cada mañana a sus 70 años para volver a entregarse a ellos un día más. Es algo que solo puede entenderse si se vive en todo amar y servir.

Eso sí, siendo sinceros, esto no deja de ser “un soga-tira”. No vale decir que he conocido la felicidad verdadera en mis amigos cameruneses cuando Elysée insistía en meterse en mi maleta para que le llevase a España o Miranda afirmaba que su color de piel no le gustaba. Al igual que vivir el racismo en mi propia carne cuando nos llamaban terroristas y nos acusaban de ser de Boko Haram. Por eso quiero incidir en que esta experiencia me ha mostrado que igual merece la pena perder el norte, romper esos que esquemas que marca nuestra sociedad, desvivirse menos pensando en uno mismo y vivir de verdad para los demás. Pero también me ha mostrado que nuestro mundo aún no está equilibrado, y que tenemos está en nuestras manos empezando por conocer y abrazar a nuestro vecino más necesitado, el continente africano.

Tomás Bobillo

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