Publicado: Miércoles, 07 Marzo 2018

Mujeres valientes, ECCA en Mauritania: visita de Peter Llobell y Lucas López al proyecto en Nuakchot

Primer día: A 37º a la sombra en Marzo

Anoche me sorprendió el cielo con sus estrellas. Para mi sorpresa se distinguía muy bien Orión y la Osa Menor nos enfilaba al norte. La luna la habían puesto durante el día las banderas. Estábamos cansados y nos acostamos pronto. El corazón andaba a su aire. Me costó dormir. Alcanzamos los 37º al bajar del avión –esto no es Canarias-, me digo, mientras el ocre lo llena todo ante mis ojos: el cielo azul, es también ocre.  Beatriz –responsable del proyecto ECCA- y Mercedes –de las Hijas de la Caridad- nos esperaron pacientes a la salida del aeropuerto mientras avanzaron lentos los trámites de visado y alguna discusión con el personal de aduanas, que algo querían a cambio de dejarnos pasar los medicamentos. Peter me dice: “Mi primera vez en África”. Nuakchot es África. La capital de Mauritania ha crecido de forma desbocada y más de un millón de personas hormiguean sus calles. Merecedes conduce con pericia de navegante entre olores fuertes, una luz que achicharra y autos desvencijados. Beatriz nos va explicando la tarea. Me alegra constatar la buena sintonía. El proyecto ECCA-Mauritania es ahora, sobre todo, un proyecto de formación para la salud. Unas cuatrocientas cincuenta mujeres y un grupo de unos treinta hombres están recibiendo la formación. Atravesamos la puerta hasta un patio angosto. De ahí a una habitación apenas iluminada por un único ventanuco. Se trata de combatir el calor. Unas quince jóvenes, muchas con su bebé jugueteando cerca o sobre ellas, siguen en silencio las voces de un reproductor en medio de la sala. Cada una tiene delante el esquema de seguimiento. Beatriz nos indica que hablan de alimentación. El olor de Nuakchot cambia por barrios. El aroma de lo humano nos sitúa. Agradezco de corazón ser testigo del trabajo y el interés con el que estas mujeres asumen la formación. Al salir, la hermana Mercedes, que se ha quedado para evitar incidentes con el coche, está rodeada de niñas y niños de todos los tamaños que juguetean con ella. En el patio del centro de salud, Madame Diop, enfermera, nos cuenta lo que hacen. Conversamos con el presidente de la Asociación Santé Global, un grupo de personas jóvenes que están luchando por mejorar la salud en su barrio. Quieren nuestro compromiso y nos ofrecen el suyo: ampliar el proyecto, llegar a más personas, usar la radio. El entusiasmo y la seriedad que ponen al exponernos su sueño me deja un pozo de desazón: la tarea es inmensa, los esfuerzos por más que sean enormes resultan casi ridículos. Me pregunto si podremos ayudarles. Nuestra fragilidad es tan grande. Las hermanas nos animan, pero con una llamada a la prudencia.  Mientras cenamos, -en casa de Beatriz, con tres de las Hijas de la Caridad- la conversación habla de sentido: Peter dibuja la esperanza que le mueve desde una oficina en Madrid: saber que gracias a tanta gente  implicada, los recursos económicos sirven para llegar a mucha gente. Pero, ¿y si todo se tuerce? Es todo tan frágil. Hay tanta debilidad social, tanta fractura.  Hay algo de María al pie de la cruz contemplando a su Hijo crucificado sin poder hacer nada para poner remedio.  ¿Y si María no pudiera quedarse? Hacemos un momento de silencio, desde alguna de las torres alguien llama a la oración.

Segundo día: España limita al sur con…

El hijo de Fattumata nos sirve el te con arte, nos da un vasito pequeño con espuma y te hacia la mitad. Su madre, mientras tanto, en un saloncito en penumbras, nos relata su experiencia: “Hay muchas mujeres a las que ECCA ha cambiado la vida”, nos dice. Habla de su propia experiencia y también cuenta lo que ha sucedido a sus vecinas. Lo vamos a escuchar en muchos lugares a lo largo del día. El primer te amarga ligeramente en la boca, después está más azucarado y siempre tiene fuerte sabor a hierbabuena.  Monitoras, alumnas, las propias hermanas nos relatan una historia de esfuerzo y fe, de aprendizaje y cambio. Escuchamos con profundo respeto buscando las palabras que devuelvan lo que sentimos: “Que aprendemos de cada una de ellas, de su enorme valentía, de su enorme decisión”. Ahora estamos en una especie de patio cubierto que una vecina ha cedido para la sesión de hoy. Han asistido unas quince alumnas envueltas en colores. El tema es alimentación saludable. También se habla de las medidas a tomar en un accidente doméstico, mientras llega el sanitario. La radio en medio. Cada mujer en silencio escucha atenta y mira con fijación los dibujos del esquema. “Es que los dibujos son muy importantes para las que no sabemos leer, sin ello no podríamos atender”, me traduce Oumou, la asistente del programa en lengua pular. Miro atento a la señora que nos lo cuenta. Sus ojos y sus manos hablan. En un momento arranca el aplauso. Ha acabado la sesión. “No sé si seré capaz de ponerme de pie”, le digo a Peter que sonríe. El dolor en las piernas me acompañará todo el día: una sesión, un te, una conversación… todo es momento propicio para el suelo y las piernas encogidas. No será así en casa del obispo. Comeremos en torno a la mesa. Nos ha invitado con las Hijas de la Caridad y Beatriz. Conversamos. “¿Por dónde han estado hoy?”, pregunta. “Con ellas”, es la respuesta correcta. Nos han llevado por los centros en que se desarrolla el proyecto: los cantos de las niñas y los niños, las palabras de las mujeres, la mirada de las personas con “handicap”, donde huele a mermelada que se está cocinando. Con el obispo y su ecónomo repasamos datos, vivencia, historias. Tiene muchas historias después de 22 años en Mauritania y otros tantos, previos, en Chad. Es de los Padres Blancos. Nos habla de ese diálogo interreligioso que se da en la convivencia y el servicio. “Rezamos a Dios por ustedes; damos gracias a Dios por su trabajo”, nos han dicho hoy muchas mujeres en las visitas que hacemos a los centros de orientación y a las casas de las monitoras. El obispo nos relata la penuria y la vitalidad. Cuando salimos, de nuevo el coche con Mercedes de capitán y las calles como desafío en este Nuakchot que invade las dunas y se moviliza en cada calle. La luz es hoy menos amarilla. No hay tanta arena en el ambiente. Conversaciones sobre sentido, tarea, financiación; y emigración, claro:  “¿Quieren irse?” Pregunto a Mercedes. “Todos los chicos quieren irse, quieren emigrar, también nuestras monitoras”, contesta. Esta noche, a la cena, compartimos un rato de tele. Echan el pardito del Madrid en París. También esa ciudad, que deja escuchar la llamada a la oración, está casi paralizada siguiendo a las estrellas de ese fútbol que nos parece tan lejano. No dejo de pensar que España limita al sur con Mauritania. Beatriz, la responsable del proyecto ECCA aquí, y nuestra contraparte, las Hijas de la Caridad, lo muestran en su tarea.

Tercer día: ECCA en Mauritania

“Un poco triste”, comentamos con Peter. Estamos ya en el aeropuerto. Por delante nos quedan unos seis controles antes de acceder al avión. Las pantallas anuncian nuestro vuelo, otro más a Túnez y uno a Casablanca. La tristeza tiene que ver con este estar de paso, ver, visitar, acompañar y volver al aeropuerto para decir adiós.  Camino del aeropuerto nos hemos cruzado con una manada de camellos y nos hemos desviado a la playa. “¡Qué diferencia!”, exclama Peter sin necesidad de aclarar más mientras contempla el infinito mar, la playa y algunos cayucos que navegan no demasiado lejos de la costa. “Mercedes, ¿qué hacemos aquí?” Pregunto a la hermana que sonríe. Sabe sortear agujeros, camiones, camellos, motos y burros. Nos hemos cruzado con más de un coche destrozado por las calles. Ahora habla directamente: “Nos ayuda mucho. Nos da aire fresco. Ayuda a las mujeres. De verdad cambian su vida. Se las ve más orgullosas, más arregladas, con más esperanza y dignidad”. Beatriz nos repite los datos: “Llegamos a unas cuatrocientas cincuenta mujeres en esta edición; y con la colaboración con “Santé global” tenemos otros treinta muchachos, sí, hombres, jóvenes”, nos dice.  Mientras me revisan el equipaje (no les gusta la botella de arena de colores) sigo escuchando la reflexión con la que contesta a mis preguntas: “para pensar la posibilidad de fortalecer esa alianza y de ampliar la ayuda; quizás deberíamos concentrarnos en algunos barrios más que en otros”.  He estado cuatro veces en Mauritania. Esta es la primera vez en diez años. Encuentro un país con mucha vida y unos desafíos impresionantes. Ahora toca volver a Europa (¡Canarias!) y no olvidar. 

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