Publicado: Martes, 31 Julio 2018

Alabar, hacer reverencia y servir

Entre el múltiple legado de Ignacio se encuentran estos tres verbos que se sitúan en el Principio y Fundamento de los Ejercicios (n. 23). Me centro en esas tres palabras porque caracterizan el modo ignaciano de estar en el mundo y en Dios. A través de ellas, se establece una relación peculiar donde alabar, reverenciar y servir ahondan nuestra relación con el Dios de Jesús.

La alabanza a Dios requiere un corazón transparente y dispuesto a mirar al exterior, no solo a uno mismo. Es una forma de sentir que supone una segunda lectura de la realidad: todo es don, todo viene como regalo del amor de Dios y todo es gratuito. Esto impulsa una visión positiva del mundo y de la humanidad en comunicación con Dios. Es una gracia de Dios poder vivir alabando en un mundo tan roto y por hacer. Es también paradójico que Dios se haga presente cuando es más fácil dejar de verlo en el mundo. Seguro que conocemos a muchas personas que saben alabar y también otras que encuentran atascadas para ello.

La reverencia pide una cabeza que sabe abajarse y respetar profundamente. Podemos existir y habitar en el mundo solo sobre nosotros mismos, sobre el poder que tenemos y sobre las pretensiones que soñamos. Reverenciar es un movimiento de reconocimiento de lo "último" en nuestra existencia y de mostrarlo por encima de uno mismo. Aunque sea contracultural, invita a considerar de forma total a los seres que nos rodean y que se vinculan como criaturas a Dios mismo. Así, cualquier persona (inmigrante, nacional, amiga o desconocida, hábil o torpe,...) lleva en sí un germen que nos estremece y ante el que nos inclinamos. También la creación entera nos sobrecoge al descubrir su misterio.

El servicio indica que necesitamos manos para amar a Dios y amar al mundo. Con la actividad cuidamos a la familia humana, la hacemos más viva al poner las energías hacia fuera de nosotros. Siempre podemos actuar para nuestros intereses porque resulta más sencillo. Sin embargo, el servicio abre un dinamismo hacia el mundo desde lo que Dios quiere realizar por nosotros y en nosotros. Se trata de poner la alabanza y la reverencia hacia la incidencia en el ámbito social, cultural, político y económico, no solo en lo personal. El servicio pone en marcha los dones recibidos hacia lo mejor en la familia, en el trabajo, en la comunidad o en la sociedad.

Si hoy conmemoramos a Ignacio es porque inició un camino que sigue vivo en nosotros y nos ayuda a ser felices. Por eso, hoy, desde la alabanza, la reverencia y el servicio, queremos seguir pidiendo a Dios fuerza para realizar su Misión y nuevas vocaciones a la Iglesia y la Compañía que recojan la variada herencia de Ignacio para el futuro.

Antonio J. España, SJ

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