Publicado: Lunes, 10 Diciembre 2018

Mundo en esperanza

El pasado mes de noviembre acudí al coloquio de provinciales “inexpertos” en Roma, donde nos juntamos siete provinciales de Asia, uno de África y cuatro de Europa. Junto con una serie de temas para el gobierno, con la presencia del General en múltiples ocasiones, se desprendía una reflexión sobre la situación mundial donde desarrollamos la misión de la Iglesia y de la Compañía. Aunque suenen a grandes palabras, uno de los ponentes, el P. David McCallum SJ, nos decía que vivimos momentos de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Encontramos turbulencias constantes, falta de predictibilidad en el futuro, relación múltiple de fuerzas en tensión y dificultad para distinguir y abordar los problemas que surgen. Desde esa consideración, se vuelve más difícil la mirada a las víctimas en las que Dios se encuentra y, más especialmente, el recuerdo de los menores abusados por miembros de la Iglesia o de la Compañía. Tomando todo en su conjunto, acaba uno percibiendo un sentimiento de desesperanza que se apodera enteramente, cerrándonos a la bondad de Dios, a su plan del Reino y a su pronta venida.

Karl Rahner describe a la persona como un ser abierto al futuro de Dios. Hay un núcleo donde nos reconocemos como don y libertad regalada por Dios hacia el porvenir, más que lo que somos o tenemos, más que lo que sabemos o pretendemos, más que lo que fuimos o recordamos. Lo que nos completa de verdad, lo que nos hace humanos en un sentido pleno, es el misterio de Dios como tesoro que habita, madura y crece en el interior y que, como reflejo, se vuelca al mundo en cada una de nuestras acciones. No somos solo lo que sentimos sino todo lo que impulsa ese sentimiento en el día a día.

Este “tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4,7) camina hacia la esperanza que surge de Jesús nacido en pobreza, entregado al Reino, crucificado y resucitado. Esta vivencia afronta y soporta la oscuridad de nuestro pasado y presente para que ese dolor no nos consuma ni llegue a definirnos totalmente, ni como personas ni como creyentes. En tiempo de Adviento y Navidad, Dios nos invita a nombrar las esperanzas que surgen en nuestra vida, a observar los cambios, aunque sean pequeños, y a hacernos preguntas inusuales y creativas que hagan avanzar nuestra sociedad mundial, nacional y local, con sus perplejidades, miedos y sorpresas. El mundo está en esperanza y estamos llamados a cultivarlo con Jesús, desde su presencia diminuta de Belén.

Antonio España, SJ

 

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