Semblanza del P. Santiago de la Fuente Carro SJ

Después de la misa exequial, Francisco Blanco Ledesma, un antiguo feligrés del P. Santiago escribió: «Yo era monaguillo cuando él empezó de párroco en la iglesia de El Milagro, en 1974, y recuerdo la revolución que causaron aquellas homilías dialogadas, bajándose del púlpito y caminando por el pasillo de la Iglesia. Él necesitaba estar cerca de la gente y escucharla. Cuando nos dijeron el año pasado que volvía a Salamanca pensamos que íbamos a disfrutar de él una temporada. Ha sido duro verlo consciente de sus limitaciones y ahora perderlo de una forma tan rápida».

Estar cerca de la gente, fue la nota propia de su largo apostolado. En un texto leído después de la misa celebrada el día14 en Gijón, una colaboradora suya aseguró que durante su tiempo de párroco en la iglesia de La Inmaculada (1987-98) visitó en sus casas, y no pocas veces, a todos los miembros de la parroquia enfermos o ancianos, sin contar las muchas visitas de cortesía y amistad que hacía frecuentemente a sus feligreses sanos.

En su homilía de la misa del 14 de diciembre, dijo el P. José Manuel Peco, superior de la comunidad de la Inmaculada y antiguo párroco de su iglesia, que era un gozo salir de paseo con él por las calles de Gijón. No había persona a quien no saludara y no se interesara por su situación y su familia. Los conocía a todos. Era un gozo; pero no un paseo. Quien esto escribe lo acompañó alguna vez, no a andar, porque apenas dimos un par de pasos. Se detenía con todos, y cuando no había nadie cercano entraba en los comercios a saludar al dueño, a los dependientes, a los clientes. Por Navidad salía a la calle a felicitar a todo el que encontraba, conocido o no. Algunos se sorprendían, pero les ganaba su sonrisa, y según viera la impresión que causaba, les daba la mano, les palmeaba los hombros o les abrazaba. Le gustaba la gente, como a Jesucristo, y a Jesucristo era a quien encontraba en ella. No un Cristo igual y monótono, sino diferenciado en los gestos y las historias de cada uno. Hacía lo mismo con los miembros de la comunidad; conmigo: eras Cristo y a la vez eras tu más tú. Tenía ese don. El Papa Francisco, le pondría un sobresaliente alto en la asignatura del olor.

Mientras estuvo en Gijón, 40 Años (Inmaculada, Natahoyo, Santa Olaya, San Esteban del Mar) Visitaba dos o tres veces por semana el sanatorio geriátrico de Nuestra Señora del Carmen, celebraba la eucaristía, y luego visitaba a todos los residentes uno, por uno, saludándoles por su nombre, charlando un rato. Decía que lo que más le gustaba era consolar. Nunca fallaba en sus visitas a los tanatorios para estar con las familias. La impresión que causaba era extraña: parecía no existir él, sino los otros.

No había modo de regalarle nada, lo entregaba a los pobres. Le reñían, porque además andaba hecho un desastre indumentario. Limpio, eso sí. Decía: "Se lo he dado a uno que lo necesitaba más que yo".

No es muy adecuado hablar de religión tratándose de un plano de más intensa, y definitivamente verdadera relación con Dios, esto es, el cristianismo; pero las costumbres del lenguaje se imponen y no se le falsea a Santiago diciendo que era religioso: no mucho; sino sólo, absolutamente. Las otras cosas le rozaban como ajenas a él. Y esto desde niño.

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