Semblanza del P. José M. de Vera SJ

El pasado domingo, 27 de enero, el P. José Mª de Vera se fue apagando suavemente hasta fallecer en la paz del Señor, poco después de las 11 de la mañana. La crónica añadiría la frase habitual: “tras una larga y penosa enfermedad”. Larga, pues, tres años antes y aun algo más, había empezado a perder progresivamente sus facultades mentales, hasta llegar a quedar totalmente privado de ellas. Y, penosa, primero para él mismo, especialmente en las fases iniciales del proceso, y luego para cuantos, y cuantas tenían que atenderle de cerca. Fue un período de dolorosa y fecunda purificación para su encuentro con Dios y de puesta a prueba, ampliamente superada, de la paciencia y esmero de sus cuidadores y cuidadoras.

Había llegado a Salamanca a principios de 2009. Entrado en la antigua Provincia de Toledo y tras haber pasado cuarenta años en Japón y catorce en la Curia General de Roma, llegaba a terreno totalmente desconocido para él. Ni siquiera conocía la casa, y solo a uno o dos de sus moradores; pero llegaba en buenas condiciones y con deseo de insertarse del modo mejor posible en ella y prestar los servicios a su alcance. Tenía además el añadido de contar con la cercanía de su familia en Badajoz, con la que podría comunicarse con mayor frecuencia que en tiempos anteriores.

Mientras su salud le acompañó, desarrolló diversas actividades pastorales: colaboraciones habituales en la parroquia de la Anunciación y capellanía en el monasterio de las monjas Bernardas del Camino de las Aguas, enclavado en territorio de nuestra parroquia de “El Milagro de San José”, con misa diaria y algunos otros servicios, como retiros, pláticas, etc., hasta que ellas se trasladaron a Zamora. Durante este tiempo dio también un buen número de tandas de Ejercicios fuera de Salamanca, especialmente en El Puerto de Santa María, a las que le invitaba regularmente su buen amigo Fernando García Gutiérrez (q.e.p.d.), también misionero en Japón. Pero su trabajo principal en casa, que le consumía la mayor parte del tiempo, eran las traducciones del inglés al español para la Curia General y para diversos autores. Era un gran trabajador y ávido lector. En cuanto a servicios propiamente comunitarios, fue Vicesuperior y consultor de la casa y encargado de redactar su historia, así como de presidir por turnos semanales la oración comunitaria, que preparaba personalmente con gran empeño, mientras pudo Superó, pues, positivamente y con provecho el obstáculo inicial de su desconocimiento del terreno y sus moradores y llegó a establecer buenas relaciones con estos, bien que guardando siempre una discreta distancia. Tenía su mérito. 

Pero lo que ocupó de verdad su vida (cuarenta años, restándoles los tres que pasó en los Estados Unidos para sus estudios especiales) fue su estancia y trabajo en Japón, a donde fue destinado, al terminar el estudio de la Filosofía, sin haberlo pedido ni tener, según decía, preaviso alguno. Yendo un poco más allá de los escuetos datos que proporciona la esquela de su fallecimiento, en su contribución “Misionero en Japón” al libro “Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús. Nuevas aportaciones a su biografía”, publicado por Mensajero y Sal Terrae en 2007, describe él mismo pormenorizadamente la situación y desarrollo de aquella misión, calificada por el P. General Juan Bautista Janssens como “la niña de los ojos de la Compañía” y elevada por él al rango de misión internacional suya. “En 1954 -escribe de Vera- la Compañía de Jesús tenía 190 miembros en Japón (70 sacerdotes, 105 estudiantes y 15 hermanos coadjutores) que trabajaban en 26 puestos de misión, un colegio comenzado en 1938 en Kobe, otro, abierto en 1947 en Yokosuka, la Universidad Sofía, en Tokio, que había sobrevivido precariamente desde 1913, una escuela de música en Hiroshima, la Facultad de Teología donde estudiaban jesuitas y seminaristas. La mayoría de los jesuitas eran jóvenes (casi en su totalidad extranjeros), dedicados al estudio de la lengua”. Esta gran empresa misionera, según él describe, presentaba a los jesuitas extranjeros retos muy exigentes y difíciles de superar: el aprendizaje de una lengua tan difícil y que nada tenía que ver con las lenguas europeas, el conocimiento y asimilación de una cultura refinada, pero misteriosa, insospechada en absoluto para los que llegaban de fuera y diametralmente opuesta a la que traían de sus países de origen, la adaptación a la idiosincrasia japonesa, y, algo no menos complicado, la necesidad de contribuir a hacer una verdadera comunidad de aquel grupo de jesuitas que ya en 1948 provenían de 18 países y 36 provincias jesuíticas diferentes. Reto este último que el P. Arrupe les presentaba en estos términos: “No vale escudarse en el modo de pensar o actuar en vuestros países de origen. El único punto de referencia para todos vosotros, y para la comunidad a que pertenecéis, no es América, España o Alemania, es Japón y los japoneses. Si alguno no puede aceptar esto, su puesto no está en Japón”. Así de claro y así de exigente, tanto que no faltaron quienes no pudieron lograrlo y hubieron de retornar, fracasados, a sus países de origen. “Los jesuitas jóvenes, -comenta de Vera- se sentían (nos sentíamos) inspirados por las palabras de Arrupe, dispuestos a renuncias dolorosas para llegar a ser misioneros en Japón y de Japón”. Él habla como quien ha pasado por ese proceso de tan compleja conversión interior, mientras desempañaba los múltiples encargos que le fueron confiando sucesivamente en el ámbito de la Universidad Sofía durante sus largos años de servicio allí. No es de extrañar, por tanto, que ello se le notara después en su modo de ser, pensar y actuar, como sucedía a otros compañeros que habían hecho el mismo proceso y habían llegado a pensar, actuar y relacionarse tanto, o más, como japoneses que como españoles. Esto puede ayudar a comprender mejor algunas cosas.

Al llegar a la edad de jubilación en Japón, en 1993, fue llamado a la Curia General de Roma, para hacerse cargo del servicio de información de la Compañía, que había ido cobrando una importancia cada vez mayor en la nueva cultura de la información y la comunicación, y para el que se necesitaba un director competente, bien preparado y experimentado, a la vez que fiel a las directrices superiores que se le pudieran dar. En su desempeño se ocuparía de recoger noticias relevantes de y sobre la Compañía y difundirlas hacia dentro y fuera de ella, de asistir al P. General en sus relaciones con los medios de comunicación social, y de elaborar y editar cada año en cinco lenguas (alemán, español, francés, inglés e italiano) el Anuario de la Compañía de Jesús, como órgano de comunicación e información de esta con sus bienhechores y amigos (esto último llevaba consigo un enorme y muy complejo trabajo de, una vez decididos los contenidos de cada año, buscar redactores y traductores competentes, coordinar su trabajo, recoger el material gráfico apropiado y gestionar la impresión de los originales). Tarea toda ella (la del cargo) de gran responsabilidad, que suponía una gran confianza de la Compañía en la persona a la que se le encomendaba, en este caso, el P. de Vera. Para poder desempeñarla mejor, este participaba en las principales reuniones de los órganos de gobierno de la Compañía, excepto las de la Consulta del P. General. José María desempeñó el cargo, con satisfacción general, durante catorce años, en los que se celebró la CG 34, dos Congregaciones de Procuradores, dos reuniones de Superiores mayores de toda la Compañía en Loyola, el año conmemorativo de Ignacio, Javier y Fabro (2006), el de Nadal (2007) y el centenario del nacimiento del P. Arrupe (2007); él cubrió la información especial sobre todos estos eventos. Durante la CG 35 (2008) formó parte del equipo especial que se constituyó para informar sobre ella.

Una mirada final de conjunto sobre toda esta trayectoria nos presenta una vida muy llena y muy rica de un fiel servidor del Señor, generoso, competente y abnegado, que hizo fructificar todos los talentos recibidos, sin guardarse ninguno, ni por miedo ni por egoísmo, y que, al encontrarse con Él, habrá oído, sin duda y bien merecidamente, su voz: ¡Bien, siervo bueno y fiel; … entra en el gozo de tu señor!” (Mt 25, 21).

Urbano Valero, SJ
Salamanca, 1 febrero 2019

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