Semblanza del P. Pascual Bolufer SJ

Creo que en el ambiente de esta víspera del Triduo de Pascua, encontramos la mezcla de sentimientos contradictorios que nos embargan al despedir a nuestro hermano Pascual. Por una parte, la contemplación de Cristo en la cruz acoge mi sentimiento de pérdida de un compañero con el que he compartido la mayor parte de mi vida en la Compañía. Por otra parte, la cercanía de la Pascua me llena de esperanza al pensar que él ya la está celebrando con el Señor resucitado.

La primera vez que conocí a Pascual fue en el Noviciado de Roquetas; él era un jesuita joven de 32 años que, acabada la formación, había empezado su tarea investigadora en el Observatorio del Ebro. Yo era un novicio de 21 años que me fijaba en él y lo admiraba. Bajaba a desayunar corriendo, tomaba corriendo el parco desayuno de aquellos años de postguerra y volvía corriendo a su trabajo. Más adelante conviví con él más de 40 años en la comunidad del Instituto Químico de Sarriá y finalmente lo recogí del suelo al tropezar en una escalera cuando salía corriendo, como todos los días a las seis y media de la mañana hacia una piscina municipal a unos 25 minutos de casa. Allí hacía unas 20 piscinas (¡a los 90 años!) y volvía corriendo para trabajar intensamente como director de la revista Ibérica de divulgación científica. Su labor principal era hacer asequibles al gran público los avances científicos más recientes y complicados. Y, para acabar el día, salía corriendo, tomaba dos líneas de metro para ir a celebrar la Eucaristía en la parroquia de la Virgen de los Desamparados en el barrio periférico de la Torrassa. Allí estuvo celebrando todos los días, sin fallar nunca, más de 40 años. 

No en vano he repetido la palabra corriendo: era un hombre que excepto los dos últimos años (de los 92 a los 94) siempre lo vi corriendo, con ganas de no perder ni un segundo de tiempo. Por este motivo he escogido el evangelio de los talentos: su espiritualidad consistía en hacer rendir los talentos que Dios le había dado. Y para ello necesitaba una fuerza de voluntad fuera de lo común. Cuidaba su dieta de forma radical; cuando la comunidad celebraba alguna fiesta con una comida un poco más arreglada, él tomaba su ensalada (¡toneladas de ensalada a lo largo de sus 94 años!), algo de proteínas y fruta; jamás tomó un dulce (decía que aquello era combustible); como he dicho, de seis y media a nueve de la mañana, realizaba sus horas de ejercicio físico.

El día que lo encontré inconsciente en el suelo, lo llevé al hospital y allí nos dijeron que aquella persona no podía estar sola; al recogerlo le dije que íbamos a casa, pero en realidad lo llevé a la enfermería del Centro Borja en Sant Cugat; iba medio inconsciente, pero al bajarlo del coche, me miró, con rostro duro y me dijo: “Esto no es mi casa; esto es la enfermería”. Estaba enfadado: no había querido ir jamás a la enfermería, porque, según él, allí se perdía el tiempo; pero se notaba que admitía que el Señor ya no le pedía más rendimiento de los talentos, que le había llegado la hora del descanso, de dejar de correr. Sus dos años de enfermería, una vez quedó orientado en el nuevo tipo de vida, fueron tranquilos, intentando escribir un nuevo artículo científico, pegado al ordenador; hasta que su cuerpo se negó a correr y ayer el Señor lo recibió con aquellas palabras consoladoras: “Muy bien, eres un criado bueno y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo”.

Lluís Victori SJ, Barcelona, 17.04.2019

Descargar semblanza en pdf en este enlace: 2019 13 Necrológica Bolufer