Semblanza del H. Agapito Alba Sanz SJ

Escribo como paisano y compañero. Nuestros pueblos no distan en línea recta más de quince kilómetros. Por edad, nuestro querido Hermano Agapito tenía dos años menos que mi padre.

Fiel hijo de su tierra y fiel hijo de la Compañía de Jesús. Pese a los muchos años que llevaba fuera de su casa nunca perdió nuestro acento ni, tampoco, nuestro peculiar modo de hablar. Cuando lo oía recordaba inmediatamente a las buenas gentes de nuestra tierra; cuando le veía moverse e ir y venir a sus trabajos me venía a la imaginación la laboriosidad, el tesón, la capacidad de sacrificio y la lucha por la vida de nuestros paisanos. Nuestro hermano Agapito fue un gran trabajador. Nunca lo vi ocioso. Siempre en pausado e inteligente movimiento. No daba nada por perdido.

Pero en su caso había algo más. Su entera dedicación, su capacidad de aprendizaje sobre la marcha y su enorme y gratuita generosidad le hacían distinto. Pasó de ser un buen zapatero a ser un imprescindible y experimentado responsable del mantenimiento de una casa pensada para ser un centro de estudios, pero con el paso del tiempo tuvo que adaptarse a ser residencia de jesuitas ancianos, enfermería, colegio, archivo y biblioteca, casa de ejercicios. En todas y cada una de estas transformaciones y ampliaciones, la mano y el sentido práctico de nuestro hermano estuvieron más que presentes.

Pero más allá de su permanente entrega al trabajo diario, la vida de Agapito estaba alimentada por una fuerte y viva experiencia espiritual. Hombre de hondura religiosa; amante y amigo de Cristo; fiel, muy fiel, a sus compromisos religiosos; devoto de la Eucaristía y muy cuidadoso de su examen diario. Franco y diáfano. No engañaba y tampoco se dejaba engañar ni embaucar por falsas promesas. Discreto y caritativo. Sobrio y a la vez muy tierno en sus expresiones y vivencias comunitarias. Mientras pudo y la vista le dejó, disfruta de la lectura de buenos libros, de sus partidas de dominó y de la vida comunitaria.

Fiel hijo de la Compañía de Jesús: se alegraba con lo bueno que en ella se vivía; sufría con discreción y realismo cuando las cosas no iban bien.

Persona práctica e inteligente. Sostenido por la gracia y con la ayuda de algunos de sus consejeros espirituales supo, sin olvidarse de sus raíces familiares y sociales, hace una más que perfecta y flexible síntesis, abierta a los cambios de los tiempos en clave de alegría, abnegación y servicio.

Descanse en paz nuestro buen hermano Agapito.

Alfredo Verdoy, SJ.
Madrid, 12.05.2019

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