Semblanza del P. Alejandro Barcenilla SJ

Creo que el P. Alejandro Barcenilla ha sido uno de los jesuitas que más tiempo ha permanecido en sus oficios: profesor, bibliotecario, escritor, director de revista. La Providencia quiso que estas tareas se ajustaran a sus aficiones. En este sentido fue un hombre feliz, también en otros; se le notaba. Empezó a publicaren la revista Perficit el año 1959 y la dirigió desde 1966 hasta el 2007, escribiendo constantemente en ella; a veces completando el número él solo.

La revista se subtitula Publicación de Estudios y textos clásicos; se entiende: latinos y griegos. En el primer número del año 2003, hizo el P. Barcenilla una rara excepción, intercaló un texto con sabor a crónica del cristianismo primitivo; no el de las persecuciones los años 100 al 300 sino del 1931; el protagonista es él y lo que cuenta es quizá la llave más eficaz para atisbarle un misterio de acuerdo o pacto entre él y Dios escondido tras su vida de trabajador alegre, humorista, ingeniosísimo, tartamudo hasta quedar ahogado en risas y lágrimas nerviosas, Lo cuenta así:

«Año 1931. Tenía yo ocho años. Había en el pueblo una pandilla de mozalbetes degenerados que por diversión diabólica enseñaban a blasfemar a los niños. Los asustaban, y hacían que por miedo repitieran la blasfemia; luego les convencían de que no pasaba nada y de que habían sido unos machotes.

Estábamos un día jugando en unas eras de las afueras del pueblo cuando irrumpió la banda. Eran seis. Me cogieron a mí para su juego. Supongo que me eligieron fue porque tenía fama de niño miedoso, piadoso, y además el más pequeño. Empezaron lanzándome como un saco de unos a otros. Yo me eché a llorar. Los demás niños contemplaban la escena de pie, en silencio. Muchos habían padecido el ritual.

El jefe del grupo me cogió por los brazos y me plantó delante de él diciéndome:

–Mírame y atiende lo que voy a decir.

Y pronunció muy despacio una blasfema contra la Virgen.

–Repítela tú.

Permanecí en silencio; él repitió la blasfemia.

–Dila.

–No.

–¿Por qué?

Yo iba a decir que porque era pecado, pero me dio vergüenza, y dije:

–Porque no me da la gana.

Insistían todos, y yo lo mismo:

–No; porque no me da la gana.

Entre suspiros ahogados acudía a la Virgen, pero no para pedirle ayuda, pues yo estaba seguro de mis fuerzas, sino para consolarla.

–No tengas miedo, Madre, le decía. Antes me matarán que decirlo.

De pronto me pareció que ya no estaba en la era, sino en la iglesia, ante la imagen de la Virgen del altar mayor. Los esbirros me cogían por los hombros y me sacudían.

–¿Pero en dónde estás? Tendrás que decirlo.

El jefe me pasó al resto de la banda para que me baquetearan bien. Empezaron a amenazarme con diversas clases de muertes.

–O repites esto o te matamos.

–Ni lo digo ni lo diré. Ya podéis empezar a matarme.

Me aplicaron la navaja al cuello. Luego me colocaron una cuerda con lazo corredizo y apretaron un poco. Por fin cogieron de la cerca de la era una piedra grande y sosteniéndola por los lados me la apoyaron en la cabeza. Yo sentía que las rugosidades de la piedra se me clavaban en la piel. Me gritaban con rabia:

–Te ma-cha-camos; te ma-cha-camos.

De repente tiraron la piedra a un lado y echaron a correr. Los niños se me acercaron y se sentaron alrededor, en silencio. Pasado un rato, uno pronunció en voz baja, despacio:

–Y no lo dijo.

Fue tal la impresión que quedó en mí que creo que desde entonces hasta ahora en mi vejez no ha pasado un día sin que me acuerde de aquello. Dos veces me animé a visitar la era. La primera me acompañaron mis sobrinos de diez y doce años. Se me soltaron las lágrimas. Me preguntaron que me pasaba. Les dije que estaba recordando una escena que había ocurrido allí hacía muchos años. Otra vez volví solo y encontré la piedra. Era rectangular de unos quince kilos. Tuve ganas de traérmela al despacho de Salamanca, pero me dio vergüenza pasar por las calles del pueblo con ella a cuestas».

Le acompañé muchos ratos en la hora de su muerte, y le repetí esta jaculatoria.

–Alejandro, la Virgen sabe que tú no lo dijiste. Está contigo; aquí.

Yo tenía cogida su mano. Hasta unas horas antes de morir, cuando le decía esto, él apretaba la mía.

En el mismo número de Perficit cuenta una segunda historia. El 28 de enero del 2003, estando en la sala de espera de un hospital de Salamanca, con la certeza de un diagnóstico de cáncer «notaba que me iba cargando de amargura. En esto noté que una persona invisible y silenciosa entraba en la sala y se sentaba a mi derecha. Caí en la cuenta de quién era y esto me serenó. El PSA que marcaba 66, descendió a 1,12».

Barcenilla no dudó nunca de aquella visita del Señor y de que le cambió su modo de orar. «Hacía muchos años que mi oración se había vuelto contemplativa; desde entonces, aquella presencia del Señor quedó estanca en la memoria, acompañada de intensa alegría».

Ignoro si Alejandro había observado que muchos salmos consisten en estancamientos de la memoria de Israel en las hazañas del Señor, como si, rompiendo el tiempo, presentes se hallaren, al modo de una escatología provisional.

Me he demorado en estas historias, porque revelan lo que podría quedar tapado bajo la actividad incesante, minuciosa, como de hormiguita alborotada del P. Barcenilla.

Alborotada por el amontonamiento de trabajo. Y también bulliciosa por su incansable humor y por su ironía. Entre los ingenios que describe Huarte de San Juan en su Examen, hay uno especialmente dotado para la burla y el don de motejar. Alejandro daba el tipo; ponía motes esplendorosos. Le decíamos:

–Barcenilla, que te condenas.

Su talento era mucho y agudo, memorioso; su capacidad de expresión, debido a la tartamudez y a su carácter tímido, le llevaba a ver rápidamente las oquedades de algunas posturas o hinchazones bienhabladas, y caía en la tentación de hacerles algún bien…

Alejandro nació en Antigüedad, villa de la comarca del Cerrato, provincia de Palencia el 24 de febrero de 1923.

Dato curioso. Al párroco del pueblo muy aficionado a los estudios bíblicos le llamó pronto la atención la capacidad de Alejandro para las lenguas y le enseñó hebreo.

Ingresó en la Compañía en Salamanca el 24 de agosto de 1939. Entre esta fecha y 1956 cursó los estudios ordinarios de la Compañía, a los que añadió durante el magisterio, hecho en el juniorado de Salamanca, la licenciatura en estudios clásicos en la universidad civil.

Fue ordenado en Comillas (Santander) el 15 de julio de 1954) e hizo la tercera probación en Salamanca (1955-1956). Últimos votos, también en Salamanca el 2 de febrero de 1956.

Enseñó en el juniorado, lenguas clásicas (1959-1965); en el curso de ciencias, álgebra y trigonometría; en la universidad civil de Salamanca, indoeuropeo (1974-75); en la Pontificia, la misma lengua durante los cursos de 1966-1974.

Sin embargo, su labor más constante, fue la que desarrolló como bibliotecario en Salamanca y Comillas (Madrid), 41 años, de 1956 a 1997, y como escritor y director de la revista Perficit, 48 años (de 1959 a 2007).

A parte del presupuesto ordinario de ambas bibliotecas, las enriqueció con un número considerable de obras valiosas y caras, obtenidas por sus recensiones en la revista y por intercambios de libros que nuestras bibliotecas tenían repetidos. Me dijo que la biblioteca de clásicos griegos y latinos de Comillas erala mejor de las bibliotecas universitarias de España. No sólo por las colecciones de textos, sino por las de estudios.

Para la filosofía griega, era preferible acudir a la sección de clásicos de Barcenilla, que a la de filosofía de la biblioteca general.

Como escritor sobre los temas de filología clásica, destaca su obra Grecia, origen y destino. En torno a Homero. Pero también los temas de sus otras aficiones o cariños: la historia de Antigüedad, La del Colegio de San Estanislao de Salamanca, y una multitud de artículos de investigación sobre monasterios medievales, en los que era una autoridad. Sería interminable enumerarlos.

El escrito sobre su experiencia de martirio infantil, y de su experiencia de la visita del señor, termina con estas palabras:

«Decir que me gozo con el cáncer sería masoquismo, y no es verdad; pero sí que me alegro de que me haya permitido un mayor acercamiento al Señor. Dios tiene muchas formas de acercarse a las almas, desde las gracias normales que recibe todo cristiano hasta las extraordinarias, de carácter místico. Entre estas no son muy frecuentas las que, como en mi caso, el Señor se deja oír claramente en nuestro lenguaje».

Y es que en la sala de espera del médico pasó algo más. Escribe:

«Todavía con una buena dosis de amargura le pregunté:

–¿Vienes, Señor a recoger los restos de mi vida; es tuya?

–No –me respondió Jesús– Vengo personalmente a traerte una entrada para el cielo».

Antonio Pérez, SJ
Salamanca 14 de agosto de 2019

Descargar semblanza en pdf en este enlace: 2019 30 Necrológica ABarcenilla