Semblanza del P. Dictino Álvarez Hernández SJ
Aunque en el aviso inicial de defunción, enviado por la Provincia, ponga que Dictino vivió en Villagarcía de 2009 al 2019, yo soy testigo de que no fue así. Es cierto que Dictino en 2009 vino al Colegio de San José a vivir en donde la comunidad pudo gozar de su presencia hasta 2018, año en el que muy mermado ya en sus posibilidades de andar, convino en trasladarse a Villagarcía, en donde permaneció hasta el día de su muerte. Otra cosa que hay que corregir en esa fe de vida es que en Villagarcía ayudara al bibliotecario: en donde ayudó y no poco al bibliotecario fue en Valladolid en el Colegio de San José, cosa dela que puedo dar fe, pues el tal bibliotecario soy yo.
Conocí personalmente a Dictino en 2011 cuando fui destinado al Colegio, aunque desde tiempo inmemorial tuviera noticia suya como magnífico profesor del juniorado, gracias al testimonio de muchos compañeros que habían gozado de sus clases. Y es que da la casualidad de que pertenezco a la primera generación que, acabado el noviciado, en vez de ir al juniorado de Salamanca en el que Dictino era profesor, fui directamente a la Universidad de Valladolid, privándome así de su docencia.
Aquí en Valladolid, desde el primer momento, coincidimos en ese lugar común que es la literatura para los que gozamos de esa afición. Y dentro de disciplina tan amplia, coincidimos también en el gusto por la novela negra y policiaca que no tuvimos problema en reconocer a pesar de que no goce entre los más cultos de prestigio. Gracias a esta afición común recuerdo haber pasado con él momentos muy gratos en los que, sobrepasada la frontera física de su sordera, intercambiamos impresiones sobre autores y títulos sobre todo de los novelistas nórdicos tan de moda en la actualidad… A partir de un momento determinado, cuando empezó a tener problemas de locomoción, bien a través de los suplementos de los periódicos bien a través de la revista “¿Qué leer?” que yo le proporcionaba, me señalaba los títulos recientes que le interesaban y me encargaba que se los comprara por internet…
Nuestra relación fue reforzándose con el paso del tiempo, pero cuando más se desarrolló fue cuando me venía con una primera frase de un largo escrito –recuerdo, por ejemplo, de uno de los Sermones de Fenelón- o un primer verso de un poema de algún autor no muy conocido, que acababa de traer a su memoria muchas veces de lecturas antiguas y me pedía que le buscara el sermón o el poema entero. Y así, aunque nunca manejó un ordenador, gozó de las ventajas de un buscador para los escritos que preparaba. Cuando lo encargaba, nunca decía para qué lo quería, pero no era difícil encontrar los desarrollos que había hecho desde la cita cuando lo incluía en un retiro, en una homilía o en una academia.
En octubre de 2013 cuando me hice cargo de la biblioteca del colegio, tomando el relevo que me dio Félix Rodríguez, tuve una larga charla con Dictino que llevaba ocupando el cargo de ayudante desde que llegó a la casa en 2009. Recuerdo un par de cosas de aquella conversación con alguien que para mí además de una autoridad era ya un amigo: la primera es que la biblioteca del colegio, por su volumen y situación, era inabarcable y tal y como estaba difícil de manejar, pues a pesar de estar muy bien organizada, tener un buen fichero, etc., no se podía dar un panorama pues no dejaba de ser un conjunto de dieciocho mil fichas sueltas o dieciocho mil libros físicos, clasificados por materias. La segunda es que, aunque las fichas, y por lo tanto los libros, fueran dieciocho mil, no era difícil sospechar que el fondo era mucho mayor, si tenías en cuenta la praxis bibliotecaria de los integrantes de la comunidad. Ambos habíamos experimentado cuando hurgábamos por los plúteos que entre los libros perfectamente clasificados te encontrabas también con otros libros no fichados de los que el fichero desconocía la existencia. Para explicar este fenómeno entre ambos elaboramos la hipótesis, hoy más que confirmada, de que existía una praxis en la comunidad consistente en que cuando uno quería deshacerse de algún libro que había comprado y usado, lo colocaba entre los otros sin ningún aviso al bibliotecario, por eso que donde mejor se guardan los libros es entre otros libros…
En aquella conversación coincidimos también en otras cosas, tales como que en una biblioteca como esta, el bibliotecario más allá de la Revistas y las colecciones, no debía comprar él los libros, dejando que el presupuesto, si existía, fuera consumido por los miembros de la comunidad, eso sí recomendando que cuando más adelante dejasen de necesitarlos se los entregasen al bibliotecario con el fin de incluirlos de modo ordenado en la biblioteca…
Con el fin de solucionar lo primero, me puse a pasar las dieciocho mil fichas de los dieciocho mil libros, una a una a una base de datos… Trabajo éste profundamente ingrato en el que Dictino me acompañó, celebrando los avances siempre vigilante para corregir los errores y confusiones y siempre dando ánimo. Yo, a medida que iba avanzando con el trabajo, le mostraba los informes, primero de cien páginas, luego de doscientas, más tarde de trescientas y al final de más de cuatrocientas páginas. Dictino, un tanto magistralmente examinaba de forma detenida el trabajo, lo corregía con rigor e iba celebrando poco a poco los resultados obtenidos. Por ello, no tengo problema en admitir que, si bien el tecleo fue al cien por cien mío, el producto fue una obra conjunta en la que se puede seguir la huella que sólo un buen bibliófilo, como él, fue capaz de imprimir. La mejor recompensa de todo fue que al finalizar el trabajo me obsequió con esta frase: “¡ahora sí que sé lo que hay en la Biblioteca”. Yo, recordándole nuestra conversación anterior, le dije que no, y juntos de nuevo comenzamos con la segunda parte del trabajo tratando de establecer si lo que se decía en las fichas estaba en los plúteos y sobre todo de ver qué había en los plúteos que no estaba en las fichas…
En el año 2018 estuve en El Salvador en la Curia de la Provincia de Centroamericana trabajando en el archivo un par de meses… Ayer me enteré de que, tras algunos accidentes de movilidad, Dictino había sido trasladado a Villagarcía de Campos a recibir mejores cuidados de los que en la comunidad del colegio le podía dar. Junto con esta noticia me llegó otra: antes de salir le había manifestado al superior su voluntad de dejar su biblioteca en el colegio con la petición de que no se tocara hasta que volviera de mi viaje. Cuando volví, así lo hice, fichando y clasificando los 385 que tenía en su cuarto al salir de esta casa y que debidamente fichados han pasado a formar un fondo específico dentro de la biblioteca general.
Entre estos 385 ejemplares a parte de una serie de diccionarios, libros de arte, espiritualidad y filosofía hay tres bloques muy definidos: uno de literatura en general, otro de novela en particular y un tercero de historia. En el bloque de la novela que es el más numeroso, se puede encontrar sobre todo novela negra y policiaca por la que tenía un aprecio especial. No faltan tampoco una serie de libros sobre la segunda guerra mundial en la que era sin duda un experto.
Un vez clasificado y numerado este fondo le llevé a Villagarcía un cuaderno en el que quedaban reflejados todos los libros. Alguno pensaba que era un trabajo absurdo porque ya se había retirado, pero, como yo sabía, no fue así pues de tiempo en tiempo me llamaba y me pedía el 324, el 47 y el 22… Yo se lo hacía llegar, y él, después de un tiempo me los devolvía. Prueba de que leyó hasta el último momento es que la semana pasada en uno de los que me devolvió venía como señalador una foto familiar que le devolví por un compañero que fue a Villagarcía.
Otros muchos tendrán otras vivencias por haber coincidido con Dictino en otros momentos de su vida. Estas que ahora acabo de reflejar son las que yo he tenido en esta época en la que he tenido el privilegio de vivir con él. De ahí que cuando estaba a punto de colocarse la losa que cerraba el nicho en el que fue enterrado, no pudiera por menos de depositar junto al féretro un cuadernillo en el que, para memoria futura, quedan reflejados los libros del fondo de esa biblioteca que formó y con la que convivió los últimos años de su vida.
Jesús Sanjosé del Campo, sj
Valladolid, 7 de diciembre de 2019, víspera de la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
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