Semblanza del P. Antonio Luis Giménez Lombar SJ

El pasado 29 de abril sabíamos que Luis estaba ya muy grave. Llevaba 17 días ingresado en el cercano Hospital Miguel Servet por haber dado positivo en el test del coronavirus, pero en realidad había estado muy bien, sin apenas síntomas, hasta que a última hora se le manifestó una neumonía que la debilidad de su corazón no pudo superar. A principio de aquella tarde nos llegó la noticia de su fallecimiento.

Terminaba así un ciclo vital a pocos metros de su comunidad del Salvador, del colegio donde muchos años antes (solo que en su sede antigua) había comenzado su compenetración con la Compañía de Jesús. Nacido en Zaragoza en 1941, estudió en él hasta 1958 para ingresar al año siguiente en el noviciado de Veruela. El giro determinante de gran parte de su vida apostólica se dio cuando al poco tiempo fue destinado a Venezuela y llegó allí a terminar el noviciado en Los Teques. Desde entonces ha llevado a Venezuela en su corazón y, aun después de volver definitivamente a España en 2008, no ha querido dejar de pertenecer formalmente a la provincia jesuítica de Venezuela.

Sería poco antes de Semana Santa cuando Luis vino un día a verme y me abrió el corazón como a superior suyo, repasando las claves fundamentales de su vida.

Me contó cómo, aún de maestrillo, le habían encomendado ya apoyar al P. Vélaz, en los primeros tiempos del movimiento Fe y Alegría, al que luego habría de dedicar tantos esfuerzos. Con el paréntesis de sus estudios de teología en Madrid y la ordenación sacerdotal en Zaragoza, fueron años de intensa actividad con diversas responsabilidades al servicio de Fe y Alegría, que desde Venezuela se extendieron también por otros países cercanos. Su gestión estaba siempre acompañada por el entusiasmo que sentía por esta obra singular. Ese servicio culminó finalmente en Madrid con el pesado encargo de asegurar las relaciones internacionales y la captación de fondos de Fe y Alegría.

Su vida cambió de nuevo en 1997 cuando le pusieron a cargo de la comunidad enfermería del colegio San Ignacio, en Caracas. Luis me contaba lo feliz que había sido cuidando de los hermanos enfermos.

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