Semblanza del P. Eloy Varona de la Peña

Acaba de fallecer una persona que consagró toda su vida a la educación de la juventud; se trata de Eloy Varona sj, un hombre que, además de dejar una huella personal en los que fueron sus alumnos, fue también capaz de escribir importantes páginas en la reciente historia de la educación española. Evocaré su memoria cruzando su biografía con la mía, en tres ocasiones diferentes en las que coincidimos y en las que muchos podrán reconocer tres etapas de la reciente historia de la educación española. 

La primera imagen me remite a una fotografía de mi primera comunión. Fue en el año 1956, yo acababa de cumplir los siete años, y, a juicio de mis mayores, había comenzado ya el “uso de razón”, condición sin la cual no era posible comenzar a recibir tal sacramento. Eloy Varona, era entonces un sacerdote joven que, recién cumplidos los 30 años, desempeñaba el cargo de prefecto de disciplina del colegio y, por oficio, fue el encargado de administrarme el sacramento en la capilla del colegio San José. En la foto que deja constancia de la situación, se ve a un grupo de niños repeinados, vestidos de blanco o de negro, de príncipes o de marineros, todos de pie, que rodean a dos jesuitas sentados, vestidos de rigurosa sotana y balandrán. Entonces, Eloy era ya un jesuita maduro, que había completado toda su formación y que se encontraba por segunda vez en el colegio. Cinco años antes había estado ejerciendo de profesor (maestrillo), entre los años 1948 y 1951, y había sido capaz de entablar unas magníficas relaciones con una buena parte sus alumnos que lo recuerdan hasta la actualidad. La actuación del P Eloy se limitaba a “asuntos internos” del colegio, es decir, daba clases a sus alumnos y mantenía la organización general. Como profesor, aunque no era matemático de formación, gustaba de impartir esta asignatura, y lo hacía con especial entusiasmo y pericia; como organizador, fue adquiriendo especiales habilidades en todo lo que tenía que ver con movimientos de masas. Era una época en la que primaba una cierta organización militar tanto en las escuelas como en otras partes de la sociedad: en las fiestas rectorales, los alumnos desfilábamos por cursos ante el P Rector que presidía el acto desde una tribuna, rodeado de banderas, hacíamos tablas de gimnasia y emprendíamos todo tipo de competiciones deportivas, todo ello en el magnífico patio de La Merced. Como prefecto, y siguiendo el modo de proceder jesuítico del momento, para fomento de la emulación, tan presente en nuestra educación, cada quince días el prefecto, Eloy, dedicaba la tarde del sábado a pasar estudio por estudio para leer a los alumnos sus notas quincenales: era el momento de impartir justicia, los buenos eran felicitados y los malos eran castigados para estímulo de todos.

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