Semblanza del P. Jesús Renau Manén

Dicen que el sábado, hacia mediodía, en la Casa del Padre, de nuestro Padre del Cielo, se oyó que alguien llegaba y que nada más entrar ya dijo: ¡estupendo”! Sin duda que se trataba de Jesús Renau. Según dicen, ya lo estaban esperando. En algún lugar de
los evangelios está escrito que en el cielo hay algunos momentos de "más alegría" (cf. Lc 15,7). Ese momento debió de ser uno de ellos: la llegada de Jesús Renau con todo su bagaje de optimismo, de buen humor; con su mirada limpia y el corazón lleno del amor agradecido de tantos amigos que había ido encontrando a lo largo de su camino por la vida. Sí, Jesús "entró en el gozo de su Señor". (Mt 25,21)

El gozo y la alegría interior de Jesús eran francamente envidiables. Unos diez días antes de morir, cuando iba a llamar a su puerta para hacerle una visita, él justamente estaba saliendo de la habitación, con su bastón, bien vestido. Casi sin tiempo para decirle
buenos días, él me decía: "Estoy contento. Estoy muy contento. La vista me falla un poco, pero estoy contento". En aquella sonrisa picarona que tenía y aquella mirada que se perdía un poco más allá, se manifestaba la alegría y el gozo del Espíritu Santo. Porque sí: el Espíritu en Jesús y a través de él pudo hacer muy buen trabajo. Seguro que como nos pasa a todos, también él le debería poner algún impedimento. Pero también estoy seguro de que puso pocos impedimentos a lo largo de su vida, por esa razón el Espíritu, con Jesús, pudo hacer buen trabajo, cosa muy de agradecer porque muchos y muchas nos beneficiamos de esa labor del Espíritu. Un Espíritu que actuaba y se dejaba entrever a través de su alegría, de su simpatía, de su lucidez y penetración y, sobre todo, a través de su capacidad de acogida, de comprensión y de compasión.

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