
Semblanza P. Jesús María Martín Mateo
“En un lugar de Castilla (Villabrágima) de cuyo nombre sí quiero acordarme…“
¿Os imagináis a D. Quijote, lleno de lecturas caballerescas, pero sin perder el “magín”, ilusionado con su idealismo, por un mundo más noble, derramando su sabiduría popular, su fe inquebrantable, sus formas educadas, su humor cariñoso, su sonrisa, una pizca maliciosa, sus consejos acertados, su escucha benévola, su optimismo en las tormentas…?
Pues, mucho de eso era Jesús María Martín Mateo. Él pensaba que todo provenía del cerebro, pero los que le hemos conocido, sabemos que brotaba a borbotones, de su gran corazón, que acaba de dejar de latir.
Enamorado, sí, como quería el P. Arrupe. Enamorado de Jesús de Nazaret, al que descubrió en su familia tradicional castellana, en el ambiente piadoso del Colegio San José de Valladolid, y en la Compañía de Jesús, después de tantas horas de oración y fidelidad. Enamorado de su vocación de jesuita, dispuesto a recorrer lugares en busca de formación, para trabajos nuevos, u ocupaciones tradicionales en los Colegios. Un jesuita que, sus variados ministerios, no caben en un folio necrológico. Siempre “quijotesco”, recitando entusiasmado el “Mío Cid”, o soñando como trasformar las escuelas agrarias de Centro América en algo parecido a las gloriosas Reducciones de Paraguay.
En una sociedad tan cambiante, ha experimentado los vaivenes de la Iglesia y la Compañía. Desde las situaciones tan difíciles de Nicaragua, teniendo de almohada un fusil, hasta las sucesivas disminuciones en colegios y merma de vocaciones. Pero desde su perspectiva ilusionada e idealista, siempre esperaba que se encontraran soluciones para salir de cualquier crisis. Nunca oímos de su garganta una amargura.
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