Semblanza del H. Antonio Rupérez Latorre

pasado 24 de mayo. Con sus 89 años seguía dando sus paseos y participando en la vida comunitaria. Llevaba unos días un poco más bajo y con algo de fiebre de vez en cuando, pero él lo atribuía a un catarro y solo quería caramelos para la garganta; ahora pensamos que debía notar más síntomas, pero que con su habitual discreción nos los ocultaba. Aquella mañana le llevamos a urgencias porque no respiraba bien y allí le debieron detectar problemas cardíacos serios, le pusieron un tratamiento fuerte al que no respondió, produciéndose el desenlace en pocas horas. En medio del impacto, alguien me comentó: “Ha muerto como ha vivido: sin llamar la atención, sin molestar a nadie”. Y es verdad, aunque para todos nosotros fue un golpe inesperado, para él fue un final en consonancia con su manera de vivir. 

Cuando le pasaron a la UCI, la enfermera que estaba allí (y que resultó ser antigua alumna de nuestro Colegio) exclamó: “Pero ¿no es el H. Rupérez? ¡Cuántas veces lo veíamos atravesar el patio!”. Una anécdota, si se quiere, pero significativa de tantos años de servicio en las Escuelas San José de Valencia. ¡Cuántas veces atravesaría los patios rumbo al taller de carpintería! Porque ése fue su oficio principal toda su vida: carpintero. Y cuando ya traspasó la  responsabilidad a su amigo Julio, seguía haciendo a diario el camino al taller, ahora con un buen bastón, para charlar con él o simplemente verle trabajar.

Antonio había nacido en 1935 en Ariza (Zaragoza), en una familia que luego hubo de emigrar a Barcelona, como tantos aragoneses del medio rural. Hizo el noviciado en Roquetes (Tarragona) y el juniorado en Raimat (Lérida) y allí fue donde aprendió de Hermanos veteranos el trabajo de carpintería. Yo le conocí en Veruela en mi noviciado, ya de carpintero, después de haber hecho allí la Tercera Probación. Pero en 1970 fue destinado a las Escuelas San José, donde ha permanecido ya como un puntal fundamental hasta su muerte. Aunque no fuese nada expresivo, se le notaba que se sentía orgulloso de todo el desarrollo de las Escuelas que ha vivido de cerca en estos 55 años trabajando aquí, con una dedicación que ha ido mucho más allá de su oficio de carpintero. Cuántas vueltas habrá dado por los terrenos de las Escuelas cuando estuvo encargado de la piscina recién construida o de la zona deportiva o del  mantenimiento de los edificios; o cuando por la noche, a las 21:30, repasaba todas las puertas a ver si estaban cerradas o soltaba a aquellos feroces perros guardianes, con los que tan bien se llevaba…

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