Semblanza del P. Ignasi Velasco Suárez-Bravo

Nacido en el barrio barcelonés del Ensanche, en 1935, Natxo – así le conocía y le llamaba todo el mundo – cursó sus estudios en el colegio de los jesuitas de la calle Caspe. En los años de bachillerato, junto con otros compañeros, se incorporó a la Congregación Mariana San Juan Berchmans. Entre otras cosas, allá descubrió el mundo de la pobreza y de la marginalidad, colaborando en uno de los catecismos de domingo tarde, que la Congregación proponía en el barrio de barracas ubicado a la falda de la montaña de Montjuic. Fue a raíz de todo aquello que se iba diciendo a sí mismo: “yo quiero vivir así; quiero dedicar mi vida al servicio de los marginados”.

Así fue despertando su vocación religiosa a la Compañía de Jesús, la cual se concretó en el año 1954 ingresando en el noviciado de Roquetas (Tarragona). Luego vino un largo
tiempo de formación. Juniorado en Raimat, maestrillo en el colegio de Caspe, filosofía y teología y la ordenación sacerdotal en el año 1962. 

Aquellos eran unos tiempos de gran inquietud social entre los jóvenes jesuitas. Quien más quien menos, aspiraba a integrarse en alguna comunidad inserta en algún barrio popular.
Así, junto a otros dos compañeros, Natxo aterrizó en el barrio de Bellvitge en el año 1967. Bellvitge era un barrio dormitorio recién construido con bloques prefabricados, para alojar
a emigrantes procedentes del interior de la península, atraídos por la fuerte demanda laboral del momento (Seat, Butano, La Seda…). Un barrio, en sus inicios, sin servicios ni
equipamientos. 

En ese contexto, los primeros compañeros jesuitas se entregaron a las luchas vecinales para conseguir un barrio digno y habitable. Enseguida también asumieron una doble tarea: el liderazgo de la parroquia del barrio (Mare de Déu de Bellvitge) y la educación de niños y jóvenes, tarea a la cual se entregó Natxo en cuerpo y alma, primero combinándola
con las clases que por entonces daba en el colegio de Caspe y, más adelante ya de manera exclusiva. Esta tarea educativa se concretó en una pequeñita escuela, fundamentalmente de Formación Profesional, donde Natxo daba clases de ética. Son muchos los alumnos que recuerdan aquellas clases: “no nos daba recetas prefabricadas; nos ayudaba a pensar”, decían. Con los años la pequeña escuela se fue convirtiendo en el Centro de Estudios Juan XXIII, cuyo actual edificio fue inaugurado en 1977. En este centro Natxo dedicó toda su vida activa como jesuita hasta su jubilación. Desempeñó diversas tareas: secretaría, clases, tutorías y finalmente la dirección de la Formación Profesional. Todo su empeño era el de formar buenos profesionales, en esa capa social de extracción sencilla, para facilitar su ingreso en el mercado laboral. A ese fin creó también el departamento Escuela-Empresa, con gran éxito: eran muchas las empresas que buscaban alumnos formados en el Juan XXIII.

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