Semblanza del P. Ignacio Molina Muñoz

No es fácil resumir en unas líneas la rica personalidad de Ignacio, porque nunca fue de protagonista por la vida ni destacó sobre los que le rodeaban, sino que vivió algo más difícil y superior que solo puede descubrirse desde los resultados. Ya nos dijo Jesús: “Por sus frutos los conoceréis”. Al recordar su vida enseguida encontramos una constate: la cantidad de personas que se relacionaron con él, los grupos que suscitó y, sorprendentemente, que no ‘dio nombre’ a nada.

Esto hay que explicarlo. En su curriculum, que todos hemos recibido, él empezó haciéndose cargo de la Fecum (que sustituyó a las Congregaciones Marianas) de Granada donde estuvo unos tres años; después pasó a Radio Enseñanza encargado de la alfabetización de Adultos, conociendo todos los pueblos de Granada, para terminar los últimos veinticinco años en la escuela de alfabetización
de Adultos que llevaba funcionando en el Polígono de Cartuja en Granada en torno al Bolín, y para cuyo inicio Ignacio fue imprescindible. Ahí estuvo hasta su jubilación. Pues bien, lo sorprendente es que ninguno de estos espacios en los que se movió se llamó nunca con su nombre.

Pero esto venía de más lejos. De vez en cuando me decía: ‘Tengo que ir a Sevilla. Nos juntamos los antiguos alumnos del colegio’, y aquella amistad de la que todos hemos gozado la mantenía al pasar de los años. Más aún, hace unos meses al volver me comentó: ‘Uno me ha dicho que yo tengo que morirme el último para poder enterrar a los demás’…

Pues bien, ninguno de estos grupos se designó ni se aludió a ellos como el grupo ‘de Ignacio’, sino ‘los antiguos alumnos’, ‘la Fecum’ y ‘la escuela del Bolín’. Supo suscitar un ‘nosotros’ sin secuestrar a nadie ni crear ‘enganches’. No era ‘pegajoso’ (perdón por la palabra), sino que suscitaba personas y potenciaba las relaciones personales de cada uno.

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