Semblanza del H. Pío José Villarroya Arnau

En la madrugada del 25 de septiembre terminaba el H. Villarroya su larga vida de 92 años. Había ingresado en el hospital 8 días antes, a causa de una caída y del dolor que manifestaba, pero la radiografía no reveló ninguna rotura. Cuando ya le iban a mandar a casa, empezó a toser sin medida, con gran sufrimiento, que le impedía comer. Probablemente al no controlar bien la deglución, la saliva o la comida se le fueron por la vía respiratoria y, aunque le trataron con oxígeno y antibióticos, se fue debilitando hasta el desenlace final.

¿Cómo recoger en unas pocas palabras la densidad de sentido de toda una vida? Me serviré de 2 imágenes, de gran raigambre en el Nuevo Testamento: La búsqueda del cielo y la expansión de la pequeña semilla. 

“Aspirad a los bienes de arriba”: dice san Pablo a los Colosenses, indicando que la resurrección con Cristo no es algo que nos espera tras la muerte, sino que la podemos vivir día a día si buscamos el “cielo”, es decir, los bienes que trascienden este mundo nuestro. El cielo astronómico, bien lo sabemos, es una metáfora de la plenitud a la que aspiramos, de la gloria con Cristo a la que estamos
llamados, pero también una referencia que ha acompañado toda la vida de José, como un símbolo de sus deseos.

Seguramente la época más feliz de su vida de jesuita fueron los 25 años que pasó destinado en el Observatorio del Ebro (1958-82), escudriñando el cielo, tomando nota de los datos meteorológicos para trasmitirlos, elevando globos de análisis. Sobre la mesa del cuarto del H. Villarroya hemos encontrado todavía un recorte de prensa con la reseña necrológica del P. Romañá, fallecido hace más de cuarenta años. Fue el director del Observatorio, pero también su mentor indiscutible.

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