Publicado: Lunes, 17 Agosto 2015

Testimonio: Meditar sobre los años de formación

El siete de marzo fui ordenado diácono después de casi 11 años de vida como jesuita, estando ahora de lleno en la preparación inmediata al ministerio sacerdotal. Dios mediante, lo recibiré el verano que viene. Personalmente, son momentos de sentir en primera persona con profundidad cómo el cuerpo de la Compañía se integra en la Iglesia universal. Pero también me hacen reflexionar y meditar sobre lo vivido a lo largo de los años de formación, como sondeando y redescubriendo su sentido. ¿Por qué tantos? ¿No se corre el peligro de dejar de ver el bosque por la inmediatez de cada árbol en el camino? Estas preguntas nos pueden inquietar si comparamos nuestro modo de proceder con los otros grupos de candidatos al sacerdocio (seminaristas diocesanos, otras congregaciones). Sin embargo, no puedo estar sino agradecido por cómo la Compañía me ha modelado hasta ahora a lo largo de la formación. Y es que sin ella no me hubiera podido ni acercar de lejos a encarnar eso del "enviados como sacerdotes pobres y doctos", ideal del sacerdocio ministerial jesuita de los primeros compañeros de Ignacio.

A esta altura del camino lo que más me llama la atención de esa frase es el plural. Por eso me quiero ahora detener en algunos grupos que con su cercanía han contribuido mucho a que sea mejor creyente, mejor jesuita y que, espero, me seguirán ayudando a ser mejor sacerdote. En primer lugar, esta década de vida consagrada me ha brindado el lujo de vivir con buenos Hermanos jesuitas. Desde bien pequeño me han acompañado religiosos jesuitas no presbíteros en momentos importantes de mi vida, pero ya como jesuita han sido ellos los que poco a poco me han hecho comprender en qué consiste, con obras y con palabras, el carisma de la Compañía: ayudar a las almas.

En segundo lugar, un eco constante de mi vida ha sido eso que encontramos en las cartas de Ignacio de que “la amistad con los pobres nos hace amigos de Dios”. A los que no somos realmente pobres nos es fácil acercarnos a ellos desde arriba, en nuestro lenguaje y desde nuestros valores socioculturales. Por eso, el gran ejercicio de mis años de formación ha sido constantemente agacharme, encarnarme. Los problemas mejoraban o se empeoraban pero conseguimos, aunque fuera por un instante, sentir al Cristo que ha entrado en nuestra casa para quedarse con nosotros…

Empezaba por los Hermanos jesuitas y acabo ampliando la mirada: “los amigos en el Señor”. La paciencia de Dios con sus hijos es un aprendizaje vital para el jesuita ordenado. Y lo que más me ha ayudado a darme cuenta de ello es la paciencia que tantos compañeros jesuitas han tenido conmigo. Pero no sólo con mis defectos sino también en tanta generosidad de tiempos de descanso, de compartir realmente el seguimiento y la entrega con todas sus ambivalencias, aunque no estuviéramos haciendo nada “productivo”. Como me dijo hace poco un compañero, “el secreto es la sinceridad de escuchar y aprender de los demás. Este es el espíritu del peregrino”. Es algo, pues, que no se consigue en solitario y que necesita tiempo…

Raúl Saiz Rodríguez SJ

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