Noviciado: Mayo pardo, junio claro
Tal vez algunos recuerden aquél diálogo inicial de Hugh Grant en Love Actually en el que se contempla la puerta de llegada del aeropuerto de Heathrow. La opinión general afirma que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero no es así en absoluto. Resulta que el amor está en todas partes, nos dice un entusiasta Hugh Grant, que hace de primer ministro británico.
Algo de esto tiene el encuentro con las familias, una de las visitas más esperadas del noviciado. Nos visitaron del 4 al 7 de mayo, y la preparación supuso una mezcla de ajetreo (por la puesta a punto de la casa) y anhelo (porque los que vienen son nuestros padres y hermanos a fin de cuentas).
Reunirnos de nuevo con nuestras familias tiene también una mezcla de nostalgia y novedad, para nosotros y para las familias; porque los padres también atraviesan su noviciado. El vernos toca algo muy hondo y personal en cada uno de nosotros, algo que está íntimamente trenzado con nuestro proyecto vital y por tanto con nuestra vocación jesuita y con la vocación de cada miembro de la familia.
Nuestra casa ha sido testigo de un panorama bien heterogéneo esos días, pues cada familia procede de una región distinta del territorio español: Canarias, Extremadura, Valencia, Madrid, Barcelona y Murcia. Al fin nuestros padres y madres (sobre todo las madres) han despejado esas inmemoriales incógnitas que siempre se plantean, incluso tras la primera visita de noviembre; esas que les hacen preguntarse cosas como: ¿cómo se encuentra mi hijo? ¿Estará más delgado? ¿Pasará frío allí en San Sebastián? ¿Qué tal se llevará con los otros "frailes"?