Publicado: Domingo, 17 Marzo 2019

Un jesuita español en la JMJ de Panamá

La “misión” española estuvo formada por 25 personas, dos de los cuales éramos jesuitas y, el resto, fundamentalmente jóvenes ignacianos de Córdoba, Bilbao y Madrid, con algunos acompañantes. Estuvimos algo más de dos semanas, la primera en El Salvador, haciendo la experiencia MAGIS Centroamérica, y la segunda en Ciudad de Panamá.

No me resulta fácil describir en pocas palabras un acontecimiento tan rico como ha sido para mí esta JMJ. Tenía la experiencia de Madrid en 2011, y ya, por tanto, iba con muy buen recuerdo, pero lo vivido ha superado mis expectativas.

En primer lugar, ha sido una experiencia jesuítica muy grande. En El Salvador pudimos conocer y disfrutar de la hospitalidad de la Universidad Centroamericana (UCA) y todo el trabajo que la Compañía realiza en este país, gracias a las distintas experiencias donde nos dividieron. Luego en el Colegio Javier de Panamá nos juntamos con más de 800 jóvenes ignacianos de todo el mundo más un buen número de jesuitas. La acogida y generosidad por parte de las familias del colegio fue verdaderamente inolvidable. Como también lo es ver jóvenes de distintos países unidos por una misma espiritualidad y visión del mundo, y la facilidad con la que hacen relaciones entre ellos. En este sentido, tengo que destacar la extraordinaria simpatía y conexión que hubo, en especial, entre colombianos y españoles.

En segundo lugar, quiero destacar la universalidad y la alegría de la Iglesia que se viven en una JMJ. Desde luego el Espíritu Santo estaba presente en Panamá. El país literalmente se transformó y todo eran sonrisas por todas partes. Todo estuvo muy bien organizado y había una gran riqueza de actividades de distintos tipos. Y el Papa tuvo palabras llenas de profundidad y sabiduría que tocaban el corazón, especialmente en la vigilia y en la misa de clausura de la JMJ.

De forma más personal, por un lado mi papel era acompañar a los jóvenes en esta experiencia, ya que buen número de ellos estudia en la Universidad de Comillas. Por otro, también pude vivir la experiencia de forma muy especial. Las historias que nos contaron en El Salvador: de sufrimiento a causa de la explotación y la guerra civil, y el consuelo que recibieron de un buen número de religiosos y catequistas –muchos de ellos mártires–, entre los que figuraba en primer lugar Monseñor Óscar Romero, pero también buen número de jesuitas, me conmovieron por dentro. Guardo de forma muy especial el recuerdo de una eucaristía que me pidieron hacer en el río Lempa, lugar de una gran masacre que había sufrido ese pueblo del norte del país que nos acogió y nos brindó su hospitalidad.

También en la UCA, conocer la historia con más detalle y el templo – mausoleo donde están enterrados nuestros compañeros mártires con Ellacuría a la cabeza me han dejado marcado.

Finalmente, en Panamá la experiencia fue bien distinta. Del dolor y las heridas aun no sanadas a un derroche de alegría y fiesta. Guardo en la memoria y el corazón numerosas conversaciones y, sobre todo, muchas confesiones de personas que encontraron en esa JMJ el impulso de la gracia para desear reconciliarse con Dios y otros seres humanos.

Le pido a Dios que todo lo vivido no quede simplemente como experiencias –aun fuertes­– vividas en el pasado, sino que formen parte de mí y de mi unión con este Misterio tan grande de la Vida que Él vino a revelarnos.

Alberto Núñez SJ

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