Mi reciente experiencia en Roma
Deseo compartir con vosotros, compañeros jesuitas y tantas personas de mi entorno ignaciano, lo que he vivido recientemente en Roma.
El título escueto sería: “La próxima nueva vacuna contra la tuberculosis llega al Papa”. Lo que hay detrás de esta frase es mucho y muy valioso.
El Dr. Carlos Martín, uno de mis primeros alumnos de Biología en el Colegio del Salvador de Zaragoza, lleva más de veinte años investigando para conseguir una nueva vacuna contra la tuberculosis.
Para quienes vivimos en el Primer Mundo, la tuberculosis no tiene mayor relevancia. Incluso podríamos pensar que ha sido erradicada porque tenemos un tratamiento eficaz, aunque largo.
En cambio, para quienes sufren la pobreza en países africanos y también en la India, Indonesia y algunos países de Latinoamérica, la cosa es muy distinta. Además, desde que el SIDA ha hecho mella en esas poblaciones, la disminución de defensas por parte de los enfermos los convierte en campo abonado para el contagio. Según datos de la OMS, en 2017 la tuberculosis causó 1.600.000 muertes, es decir, fue la enfermedad infecciosa con mayor mortandad en todo el mundo.
La vacuna actualmente existente, la BCG que pronto cumplirá cien años, se consiguió a partir de gérmenes de tuberculosis de ganado vacuno (Mycobacterium bovis) y es sólo parcialmente eficaz para proteger a los humanos. De hecho, no defiende contra las formas respiratorias de la enfermedad, que son las que provocan el contagio de la tuberculosis. Aquí radica la importancia de conseguir una nueva vacuna que proteja frente a todas las variedades de la enfermedad.
Esa nueva y deseada vacuna es la que ha logrado el equipo de investigación de la Universidad de Zaragoza liderado por Carlos Martín y que actualmente está siendo desarrollada industrial y clínicamente por la empresa biofarmacéutica gallega Biofabri. Se trata de la MTBVAC (Mycobacterium tuberculosis vacuna) que protege experimentalmente contra la tuberculosis, incluidas las formas respiratorias de la enfermedad. MTBVAC está siendo estudiada en ensayos clínicos en adultos y recién nacidos con muy buenos resultados. El próximo año se conocerá la dosis y se habrá comprobado de nuevo su seguridad, con lo que se podrán iniciar los estudios de eficacia en países con alta incidencia de la enfermedad.
Con todos estos antecedentes, cuando Carlos me propuso ir juntos a Roma para hacer llegar al Papa esta buena noticia, al principio me pareció una quimera, pero luego no dudé en acompañarle.
Llegó el día 11 de septiembre. Como cada miércoles, había audiencia general en la plaza de San Pedro. En el último control para acceder a los sitios reservados nos dijeron de forma tajante que sólo uno podía saludar al Papa. No sin emoción por parte de ambos, insistí a Carlos que fuese él quien pasase. Él era quien había luchado durante años y quien había tenido la firme iniciativa de comunicar al Papa ese logro científico de gran alcance humanitario. Y así fue. Luego, me dijo que le entregó al papa Francisco, en propia mano, un sobre con las dos cartas: la suya, exponiendo la importancia de la investigación, y la mía presentando al investigador y amigo.
La víspera de la audiencia pudimos entrevistarnos con el sacerdote español que es el observador permanente de la Santa Sede ante la FAO. Él mismo nos facilitó reunirnos en la sede central de la FAO con varios expertos y después expusimos el estado actual del desarrollo del proyecto a la subdirectora adjunta y al representante de la Embajada española: ambos se mostraron muy interesados dada la importancia humanitaria de la MTBVAC.
Para mí ha sido una gozosa experiencia y una confirmación de que la Iglesia, y en concreto la Compañía, tienen que seguir cada vez más al lado de la Ciencia, luchando por el bien de la humanidad. Esta nueva vacuna podría salvar, literalmente, millones de vidas.
Juan Jesús Bastero, SJ
Colegio del Salvador
Zaragoza