
Antonio Castillo, la grandeza de lo sencillo
Alegría, cercanía, espontaneidad, acogida, transparencia, sencillez… con estas palabras y otras similares, la Misión Almería, que congrega a las personas, comunidades e instituciones de espiritualidad ignaciana presentes en este rincón del Mediterráneo, le dijimos gracias a Antonio Castillo Fernández quien, después de 14 años, partió hacia Málaga a cuidar de su salud y a dar alegría a nuestros hermanos mayores de la enfermería.
Hace un mes, cuando se comunicó su destino a Málaga, hemos sido testigos de innumerables muestras de cariño y afecto por él. El momento culminante de esta cadena de celebraciones lo tuvimos el pasado 25 de octubre, cuando las tres parroquias encargadas a la Compañía, la SAFA, el colegio Virgen de la Paz y la comunidad de las jesuitinas, las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, los Equipos de Nuestra Señora, la CVX, las hermandades y no pocas personas a las que Antonio cada día saludaba cantando y con algún piropo gracioso, nos reunimos en torno al altar y a la mesa compartida para expresarle nuestro agradecimiento y desearle lo mejor en esta nueva etapa de su vida.
La Eucaristía, como tenía que ser para un hombre alegre, fue una fiesta en la que no faltaron las canciones con ritmo flamenco, las palmas, uno que otro baile y, por supuesto, las palabras llenas de sencillez, humor y espontaneidad de Antonio.
Ya en la enfermería recordamos la frase con la que él definió su destino: “Voy a la enfermería a vivir, no a morir”.
El paso de Antonio por Almería ha dejado una huella indeleble entre nosotros que, con un poco de osadía, podríamos sintetizar en “la grandeza de lo pequeño”.