No por miedo, sino por amor
“No por miedo, sino por amor”. Así nos invitaba Cristóbal, pastor de esta archidiócesis de Tánger, a abrazar las primeras medidas que nos anunciaba hace un par de semanas para enfrentar el coronavirus. Una invitación que nos está ayudando a vivir estos días en estrecha comunión con las zonas más afectadas por esta crisis, aun cuando la situación aquí no es, por el momento, tan alarmante. Al menos, no tan alarmante en cuanto a los datos de contagios por coronavirus. En otros sentidos, decir alarmante se queda corto.
A mí todo esto me ha pillado en Nador porque vine enviado a pasar el mes de comunidades del noviciado. Llegué hace escasas semanas con la ilusión y los nervios de ponerme en juego en el trabajo de campo de una comunidad en misión como esta. Estaba lejos de imaginar que la cosa se complicaría tanto y que en nada y menos el trabajo de campo quedaría reducido a su mínima expresión. La misión, desde luego, no se ha desvanecido. La comunidad, tampoco. Ahí vamos redescubriendo, supongo que como todos, esta nueva rutina entre cuatro paredes, con los retos que nos trae. Poco recorrido a lo lejos, mucho a lo hondo.
El lazo tan estrecho con España que se palpa aquí, a tiro de piedra de Melilla, se ha soltado de repente. Se han soltado las amarras de tantas personas que viven del paso fronterizo. Ya se quejan los estómagos de quienes se sostienen al día con lo que les trae el bullicio de las calles. Si normalmente no es poco el riesgo en el que viven quienes esperan cruzar los pocos metros que marcan la distancia (no tan corta) entre África y Europa, esta crisis tampoco trae medidas preventivas para ellos. Ahora, aunque sea solo por unos días, el cierre de fronteras y la restricción de movimientos ensancha la zanja para todos. Un ejercicio obligado de meterse en la barca y tomar distancia con la orilla que invita a ver las cosas desde una perspectiva nueva.
A uno le nace una reacción muy primaria de queja. Cada historia en la frontera está enquistada en un marco tan complejo de circunstancias y se hace a ratos tan difícil distinguir una respuesta con sentido, que esta crisis añadida solo puede recibirse con un: ¡Basta! Pero antes de que la queja llegue a la boca, los datos que nos invaden nos bloquean con el miedo. Recibir informaciones comprometedoras de quienes se creían bien dotados hace temblar hasta el dedo meñique de quienes conocen bien sus limitaciones. Es un miedo fundado: ¿cómo afrontarán el contagio los más vulnerables?
Integrando poco a poco que la queja y el miedo esconden todavía muchas sendas por abrir, las preguntas van calando: ¿Cómo seguir caminando en el confinamiento? ¿Cómo ponerse ahora en juego por quienes más lo necesitan sin ponerles en riesgo a ellos? ¿Dónde y cómo buscar y encontrar a Dios en esta crisis? ¿A qué nos llama en estas circunstancias?
Entiendo que no es tiempo de respuestas fáciles ni rápidas. O que directamente no es tiempo todavía de respuestas. Quizá la voz de quienes viven en la zanja nos ayude a remar mar adentro. Ellos saben bien lo que es jugárselo todo persiguiendo sueños que se estrellan con una realidad demoledora. Saben bien lo que es recibir informaciones confusas y contradictorias. Saben lo que es una gestión limitada de recursos. Y sus historias dejan entrever también corazones llenos de esperanza en un futuro más próspero. Dejan entrever una fe que mueve a devoción. Historias como la de Koné, que, entre la espada y la pared de esta frontera a su corta edad y con una pierna rota, vive desde el agradecimiento, mueven a la esperanza. Así se lo comparte (el original está en francés) a quienes han cuidado de él en un camino lleno de sombras:
“En este bosque implacable, ¡he dejado de ser un ser humano! ¡Ya no soy un ser de amor!
En este bosque implacable donde la historia es bien patética.
En este bosque implacable, ¡soy un extranjero negro que ya no duerme!
¡Soy un extranjero negro que busca olvidar sus malos pensamientos!
Soy un extranjero negro en búsqueda de una vida mejor [...]”.
“Hoy os escribo con un corazón grande este mensaje. ¡Os saludo con afecto, respeto y consideración! Os agradezco con reconocimiento y honestidad. [...] Sentado o acostado, en el colchón de mi pequeña habitación pienso a menudo en qué será de mí sin vosotros [...].
Quiero que sepáis que estoy verdaderamente orgulloso de quienes habéis cuidado de mí. Rezo cada día para que el buen Dios pueda cuidar por mucho tiempo de vosotros.
[...] ¡Lo tenemos! En un nivel más profundo, hemos sido bendecidos con tesoros que los reyes y las reinas de este mundo desearían”.
Ojalá que podamos redescubrir formas parecidas de cuidarnos en la adversidad, que podamos hallar una unión más profunda desde las distancias de seguridad y que todo esto sea oportunidad para abrirnos a nuevos y desconocidos caminos de amor y no de miedo. Insha'Allah.
Fran Delgado, nSJ