A modo de "Cartas desde mi celda"
Con este título no pretendo plagiar a Gustavo Adolfo Bécquer, pero sí que me ha parecido más espiritualmente romántico, que un mero “Correo electrónico desde mi cuarto” y no digamos, WhatsApp. Las sensaciones y las mociones del espíritu, que diría S. Ignacio, están más cerca del ambiente de una celda de vetusto convento, que de las ventanas iluminadas de una casa de cristales. De repente, una palabra, como un fantasma, se me aparece por donde quiera y a donde quiera que mire: confinamiento.
El diccionario la asemeja a “encierro” dentro de unos límites, que podrían ser voluntarios. Pero cuando está escrito en un “Decreto”, se oscurece la voluntariedad y resuenan aires de “prisión preventiva”, por fuerza mayor, que me traen a la memoria unos versos antiquísimos de nuestra literatura, “por los comunes provechos, dejad los particulares”.
De la noche a la mañana, sin avisar, aunque estaba avisado, dicen, se encuentra uno con la sensación, y lo digo en serio, de que he entrado en un mes de Ejercicios, que no son de Noviciado ni de Tercera Probación. La calle la veo por las ventanas y veo que está ahí, sin alma, porque si pasa alguien, no sé si será un “alma” en pena que acude a la farmacia, a buscar alimentos, o no sé qué.
En casa, cada compañero en su cuarto llenando las horas de cosas pendientes, con dos encuentros a metro y medio de distancia: La mesa y la Misa. Faltan los puntos para que vivamos cual si fuera una tanda de Ejercicios. A veces he sentido la impresión de que se debe hablar quedo, o como dice S. Ignacio para la Primera Semana, “no dar motivo a risa”, porque te identificas con el dolor de tantas familias que no han podido ni decir adiós a un ser querido. Por todos lados te llegan mensajes que dirigen sus miradas al cielo. Como si de repente el mundo entero se encontrara desvalido, con la cabeza gacha, deseando mirar al cielo, cuando hace unos días se creía que era todopoderoso.
Y de repente, otra tarde, vemos a un anciano vestido de blanco, rezando bajo la lluvia, mirando fijamente a la custodia y trazando en el silencio de la Plaza de San Pedro la bendición sobre el mundo, acompañado por las lágrimas de miles y miles de seguidores del Señor, que miran conmovidos desde sus casas.
¿Servirá para algo? ¿Seremos distintos? ¿Seguiremos aplaudiendo a los que nos cuidan? ¿Nos estará preguntando Jesús, como al ciego, “creéis que puedo”? La fe será la que nos mantenga en esta incertidumbre y la esperanza la que nos ayude a iluminar estos momentos.
A veces me pregunto si no estamos viviendo un mal sueño, pero las estadísticas me despiertan. Como si fueran realidad los dos versos del monólogo de Segismundo:
“Sueño yo que estoy aquí / de estas prisiones cargado / y sueño que en otro estado / más lisonjero me vi”.
Fernando Marrero S.J.