Publicado: Miércoles, 15 Abril 2020

La esperanza no confinada

Limitación. Esta la palabra que ha estado de fondo en mi vivencia de las últimas semanas. Hasta tal punto que en esta Semana Santa no he podido realizar un gesto tan sencillo pero tan profundo como el de besar al crucificado. Me viene a la mente pensar en la figura de María, impotente delante de su Hijo que sufría en la cruz. Ella no comprendía el porqué de ese sufrimiento, sin embargo permanecía en la distancia, a pesar del dolor, confiando en que solo Él podría darle un sentido a todo aquello.

Durante este tiempo de confinamiento empatizo un poco con ella, cuando contemplo desde la distancia física (a veces de tantos kilómetros) las noticias que nos llegan, los datos de contagios, el gran número de fallecidos, las historias del sufrimiento de tantas personas, la inseguridad de los trabajadores, los pobres que ojalá pudiesen tener una casa para realizar el confinamiento... Incluso en el entorno cercano; donde este virus invisible ha entrado en nuestras comunidades y ha afectado ya a bastantes compañeros jesuitas y algunos de ellos nos han dejado sin poder darles una buena despedida. Y junto a ello, está el hecho de vivir un aumento del tiempo delante de las pantallas, una limitación de tantos aspectos, sobre todo el relacional y el físico. Todo esto hace que mi ánimo pueda tambalear… ¿Qué nos espera en los próximos meses? ¿Volveremos a lo de antes? ¿Seremos capaces de convertir esta situación en una oportunidad de cambio en nuestro modo de relacionarnos con los demás, con el medio ambiente, con la economía?

Hace más de un mes que estamos confinados en nuestra comunidad, y todo apunta a que seguiremos así durante un buen periodo de tiempo. Las relaciones exteriores han pasado a ser fundamentalmente virtuales, también el trabajo y el apostolado. Aún así, estoy agradecido de poder continuar las clases online en la Universidad Gregoriana, de no olvidar a los chicos de la parroquia de San Saba, de poder ayudar, ahora con mayor empeño, en el Centro Astalli con los refugiados, de redescubrir dónde tengo que asentar mi esperanza.

Y en medio de todo esto hemos comenzado la Pascua, y siento una invitación, quizás como un reto, a descubrir al Resucitado en esta complicada situación. Algo que ya intuyo en el buen ambiente de servicio de la comunidad, en la ayuda desinteresada de tantas personas, en la vida parroquial que no se ha detenido (aunque sea a través de una pantalla)…

Señor, quizás no pueda besar físicamente tu cruz, pero sí puedo, y necesito, escuchar las campanas de nuestra parroquia de San Saba, que anuncian que sigues con nosotros y nos esperas en esta nueva Galilea.

Alejandro Toro sj

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