«Ojalá no dudase nunca y mi fe fuese una roca, ¡pero no es así!»
Lluís S. Salinas Roca SJ nació en Lleida y cumplirá el próximo 10 de julio 36 años. Al día siguiente será ordenado sacerdote en Madrid junto a otros tres jesuitas.
Ingresó en la Compañía de Jesús en San Sebastián en 2010. Antes de ello había estudiado Ciencias Ambientales y después se ha formado en Salamanca, Valladolid y Madrid. Ahora vive en Berkeley (Estados Unidos) donde estudia la Licencia en Teología en la Jesuit School of Theology.
Háblanos de tu vocación, ¿cómo la descubriste?, ¿quién te ayudó?…
Sin duda, en la historia de mi vocación tiene un papel destacado mi familia, especialmente mis padres, mis avis y mis abuelos. A la vez, tiene mucha importancia la parroquia de San Ignasi de Lleida a través de la que conocí a la Compañía de Jesús. Especialmente me acuerdo de Marc Vilarassau, un jesuita que llegó a la parroquia a la vez que yo empezaba a ser monitor en el esplai parroquial en el que tanto disfrutamos.
En cuanto a lo que yo viví antes de pedir entrar en el noviciado de la Compañía de Jesús, creo que tienen mucha importancia los espacios en los que pude detenerme a escuchar a Dios. También tuvieron mucha importancia los momentos en los que me pude conocer un poco más y darme cuenta de que el fracaso y el límite son, también, una parte importante de mi vida.
¿Qué significa para ti el sacerdocio?
Diría que el sacerdocio consiste en facilitar el encuentro de las personas con Dios. Para eso me parece muy importante la actitud de servicio y estar atento en la oración y en la calle, en el contacto con los demás. También me parece muy importante intentar huir de la búsqueda de una imagen perfecta de uno mismo. Primero porque eso es mentir: aquí nadie se salva de meter la pata. Y, después, porque si alguien fuese perfecto no necesitaría a Dios. ¡Podemos estar con Dios, Dios se acerca a nosotros, porque no somos perfectos!
Pero, por otro lado, aunque ésta es la teoría, me encantaría hacer las cosas mejor, ser mejor. El sentimiento de no merecer ser sacerdote no me deja en paz. Me da mucho miedo sentarme a escuchar los pecados de otras personas sabiendo cómo son los míos. También, me cuesta aceptar que puedo ser un medio en la consagración, por ejemplo. Ojalá no dudase nunca y mi fe fuese una roca, ¡pero no es así!
Llega este hito en tu vida como jesuita en medio de la crisis sanitaria, ¿te sugiere algo esta coincidencia?
Pues la verdad es que sí. Por un lado, está la cuestión del límite y del fracaso de la que hablaba. Igual que pasa en todas nuestras vidas, estos días hemos vivido situaciones en las que hemos acertado y otras en las que no hemos sabido actuar correctamente. Creo que se han descubierto muchos fracasos y límites de nuestra sociedad, en nuestras comunidades, en nuestros modos de actuar y, también, en cada uno de nosotros.
Más allá de las urgencias y las respuestas rápidas a las situaciones dramáticas que ha habido, he tenido la sensación de estar rodeado por un ambiente de "crítica fácil" (WhatsApp, Twitter, noticias, memes...). En el sacerdocio puede pasar algo parecido, creo yo. Supongo que se puede caer en la crítica y el juicio moral de otras personas, viendo a los demás desde la seguridad de poseer una especie de verdad. En cambio, a mí me han ayudado más los sacerdotes que me han acogido con mis errores y se han puesto a caminar conmigo, desde la seguridad de que perfecto solamente es Dios y todos estamos en camino hacia él.