Publicado: Jueves, 24 Septiembre 2020

Un Hogar con mayúsculas

Cuando regresé de la tercera Probación en Bolivia para volver a Gijón a trabajar en la Fundación Hogar de San José hace justo un año, no podía ni imaginar cuánto bueno aparecería en medio de situaciones no fáciles.

En marzo pasado las circunstancias que todos sabemos paralizaron nuestros planes y decidimos que lo mejor era que dejase de vivir en mi comunidad y pasase a vivir en el Hogar.

En la Fundación Hogar de San José hay niños y jóvenes en situación de desprotección donde hay un acogimiento residencial, la edad de los chicos es de 3 a 18 años. En ese momento estuvimos viviendo unos 50 entre niños y adolescentes.

Los primeros días fue un poco locura organizar a los trabajadores ante la nueva situación, al principio no se sabía muy bien cómo actuar porque las ordenes cambiaban constantemente. Los chicos mayores que tenían diferentes adicciones, al dejar de consumir de repente, les resultaba difícil. Además, tuvimos varios chicos que se fugaban y cuando regresaban teníamos el protocolo de confinarlos en una habitación. Esto era durísimo para ellos. Hubo situaciones de tensión, alguna pelea (no muchas para lo que podía haber sido), cansancio, no sabía lo que podía pasar. He de confesar que hubo momentos en los que saque lo peor de mí (algún chico es experto en sacármelo), además hubo momentos en los que me sentía agobiado, cansado, falto de esperanza.

Pero al echar la vista a atrás y ponerlo sobre la balanza hubo mucha más gracia, mucho trabajo callado y entrega generosa. Poco a poco fui sintiendo, aunque llevaba varios años en el Hogar, que es un HOGAR, así, con mayúsculas. Muchos momentos de encontrar en pequeñas cosas el sentido de todo. Me sorprende tremendamente la capacidad con la que los niños se adaptan ante los cambios mucho mejor que los adultos. Ellos me han enseñado mucho en este tiempo, han sido mis maestros, ellos son parte fundamental y centro de mi vida.

También me sale un tremendo agradecimiento por mis compañeros de trabajo, laicos hombres y mujeres que sienten la misión y sacrificaban los intereses familiares y personales por el trabajo con una entrega total. Me sale un total agradecimiento a todos ellos, especialmente por Rafa, el director, y el equipo de coordinadores.

He de agradecer a mi comunidad. Manolo cada dos días me llamaba; era un rato de desahogo, de sentirme parte de la comunidad en la distancia. Sabía que aunque yo no podía tener la eucaristía, ellos a las ocho la tenían, me sentí muy unido a ellos. También he de agradecer a jesuitas que se fueron haciendo presentes desde la distancia, así como a familiares y amigos. Recuerdo especialmente las conversaciones por teléfono con mi abuela que a su edad pasó el confinamiento sola en su casa.

Vivir la Semana Santa en medio de la vida diaria del confinamiento en el Hogar fue una experiencia espiritual muy rica de sentir claramente la pasión y los efectos del resucitado como nunca lo había vivido.

Un momento especial al final de la jornada era al hacer el examen Ignaciano, después de días intensos, en la escalera amarilla, desde la que se ve el Tallerón de Duro Felguera, con los enormes bloques de metal y el mar Cantábrico al fondo.

Puedo decir que ha sido un tiempo de muchísima gracia de Dios, como María de Betania he tenido la suerte de que “me ha tocado la mejor parte”, pues en este tiempo, como Jacob, “He visto cara a cara al Señor” en medio de sus preferidos.

José María Tejedor SJ               

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