Publicado: Miércoles, 10 Febrero 2021

Un año de restricciones en comunidad

En la comunidad de Maldonado (Madrid), como imaginamos que sucede en todas, ya llevamos casi un año con esta reforma de vida sobrevenida. Aquí convivimos un grupo grande de jesuitas de distintas edades y misiones, con compañeros que trabajan fuera (en la universidad, en otras pastorales y misiones...) y otros dentro (en la parroquia, o en las distintas instituciones que se mueven aquí).

Es una comunidad donde el Covid ha hecho acto de presencia con dureza -en la primera y en la segunda ola al menos-; y donde hay que revisar restricciones y límites cada semana, a medida que la Comunidad Autónoma da nuevas especificaciones. Así, vamos determinando qué se puede mantener, y qué hay que cambiar. La vida, necesariamente, es distinta. Desde el principio las medidas sanitarias adoptadas en casa fueron bastante tajantes. Desde marzo pasado -y ya va para un año-no hemos vuelto a comer todos juntos -en la actualidad mantenemos dos turnos- (Llegamos a tener tres en lo más duro del confinamiento). Intentamos reducir los contactos estrechos dentro de la misma comunidad (y sí que se consigue), de modo que si alguien diera positivo esto no suponga el automático aislamiento de todos -que sería muy complicado especialmente para la parroquia-, pero sí tengamos localizados los posibles contactos para inmediatamente hacer test. Esto de vivir, incluso dentro de la comunidad, con mascarilla -que usamos en todas partes salvo el comedor- tiene su exigencia (y sus resistencias), pero ahí vamos. No queda otra. En cuanto a las actividades, pues se tiene lo que se puede (ahora poco, al menos poco presencial, e incierto). El templo sí que se mantiene muy vivo, con mucha asistencia -con todo el cuidado sanitario y con todas las medidas que pide la Comunidad Autónoma-. En ocasiones tenemos que cerrar -sobre todo en algunas misas dominicales- por llegar al tope de aforo, pero la gente es comprensiva. Los momentos comunitarios (algunas reuniones, eucaristía o retiros) los mantenemos aprovechando espacios grandes de la casa. En ese sentido, la cancelación de muchas de las actividades que normalmente tienen lugar en el edificio nos permite a nosotros aprovechar las salas más grandes para esos tiempos de encuentro.

Y en comunidad no falta el buen humor, aunque a veces resulta complicado. La gente mantiene el tipo, y se aguantan con paciencia las restricciones y las peticiones. Es verdad que, como buen reflejo de España, también tenemos nuestra porción de negacionismo, y algún que otro momento de cuñadismo con el que bromeamos. Y también alguna vez hay que recordar que esto de las medidas no es opcional (y es que, aunque nosotros ya no tenemos edad ni ganas de botellón, hay otras tentaciones que, con toda la motivación pastoral, al final son imprudencias). Pero, lo dicho, se va llevando con humor y paciencia. Y la situación, aunque complicada, también va permitiendo generar otro tipo de vínculos, convivencia y, en todo caso, comunidad.

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