
Borja Miró SJ, ante su próxima ordenación sacerdotal
Ocho compañeros jesuitas de la provincia de España se ordenan sacerdotes este verano. La primera celebración, en la que se ordenarán siete compañeros, tendrá lugar en Bilbao el próximo 11 de junio (12:30h.) en la iglesia del Sagrado Corazón, por imposición de manos del obispo de Bilbao, D. Joseba Segura Etxezarraga. Y, en septiembre, el sábado 17, a las 12 h. en la iglesia de Santa María de Verdú (Lleida), lugar de nacimiento de San Pere Claver SJ, se ordenará otro compañero en una ceremonia presidida por el arzobispo Joan Enric Vives i Sicília.
Les preguntamos por su vida, su trayectoria como jesuitas, su vocación y cómo afrontan su próxima ordenación.
FRANCISCO DE BORJA MIRÓ:
-Breve biografía:
Nací en Bilbao, en 1988, en una familia católica. La Compañía ha estado presente en mi vida desde que tengo uso de razón, tanto por los estudios en el cole como por la vida sacramental en la resi. Entré en la Compañía en septiembre de 2012, al terminar la carrera. Hasta ahora en la formación he pasado por el noviciado en San Sebastián, la filosofía en Salamanca, el magisterio en Valladolid y el primer ciclo de teología en Madrid. Actualmente estoy destinado en Boston (EEUU) cursando la licenciatura en teología moral.
-¿Dónde sitúas el origen de tu vocación? ¿qué destacarías sobre ella?
En mi vocación hay dos medios fundamentales de los que el Señor se sirvió para hacerme ver que me quería en la Compañía. En primer lugar, mi familia. Casi toda ella (en extenso) es practicante, pero fueron particularmente mis padres mi mayor influencia. Ellos me enseñaron a rezar, el valor de la fe en la familia, el compromiso más allá de las dudas y dificultades. Y mi hermano (cinco años mayor), que en mis años de adolescencia –con su consiguiente punto de rebeldía– era monitor de Confirmación en el colegio, lo cual supuso para mí una referencia importante. En segundo lugar, el testimonio de tantos jesuitas mayores. Tengo la suerte de pertenecer a una generación que todavía tuvo a varios jesuitas en Indautxu, desde Primaria hasta Bachillerato. Y junto al ejemplo de algunos jesuitas profesores, lo más determinante fue el de los operarios que confesaban y celebraban misa tanto en la iglesia del colegio como en la residencia.
-¿Cómo ha sido tu trayectoria como jesuita?
Yo diría que mi trayectoria hasta ahora en la Compañía ha venido marcada por una constante: un creciente agradecimiento al Señor al constatar que esto es pura gracia y que solo Él me sostiene. Porque cuando he creído que podía sostenerme yo solo, el sopapo de la realidad ha sido morrocotudo. Esto ha supuesto también que me diera cuenta de que lo que consideraba mis fortalezas no son tales, a la vez que reconozco en mí dones que Dios me ha dado, que pueden servir a la comunidad, y que antes no tenía en cuenta. En cuanto al ideal por el que entré en la Compañía, no ha cambiado: “Servir solamente al Señor y a su Esposa la Iglesia bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra”.
-A las puertas de tu ordenación sacerdotal ¿qué sentimientos predominan? ¿qué intuiciones? ¿Qué es para ti el sacerdocio? ¿y el sacerdote del siglo XXI cómo debe ser?
El sentimiento mayor es el agradecimiento a Dios por esta vocación al sacerdocio. Estoy feliz, la verdad. Y más feliz si cabe porque esta vocación sacerdotal se dé en la Compañía. Como diría Javier Bailén, “tenemos un equipazo”. Para mí el sacerdocio es el modo que el Señor ha elegido para mí como servidor de su pueblo. Ni más ni menos. Hay muchas formas de servir a la gente, pero ésta es especial, no mejor. Solo el sacerdote puede hacer presente el Pan de Vida. O perdonar los pecados. Es una tarea que sobrecoge, una responsabilidad inmensa. Pero es sobre todo una suerte tremenda que, con herramientas tan pobres, el Señor sea capaz de obras tan grandes. Siento que mi sacerdocio, en el siglo XXI, está llamado a ser ejercido tal y como sabiamente San Ignacio nos dejó señalado en la Fórmula del Instituto. No hace falta más que volver a esta una y otra vez: acercar al pueblo a Dios mediante el ministerio de la palabra, los ejercicios espirituales y los sacramentos. Y todo lo demás, pudiendo ser santo y bueno, “según pareciere conveniente para la gloria de Dios y el bien común”.