Publicado: Jueves, 29 Diciembre 2022

Nochebuena en Bilbao

¡Cuántos belenes habremos visto estos días! En la mayoría de ellos suele cumplirse que se intenta mezclar lo más concreto de la vida cotidiana con lo más misterioso de una noche de la que cuelga una estrella iluminando llamativamente un establo. Los belenes reproducen muchos detalles. Son tantos, que solo se descubren si tienes paciencia suficiente como para mirar y remirar. Los belenes actúan como catequistas de nuestros ojos: los evangelizan en su capacidad de atender para que no pasen por encima de nada que sea mínimo y casi insignificante. Porque se trata de eso: de resaltar lo intranscendente y de ponerlo al lado y a los pies del Transcendente, ese niño sobre el que todos los belenes proyectan una luz que destaca sobre las otras. 

Las comunidades del Noviciado y San Ignacio estuvimos ayer dentro de un belén, en este caso, viviente. Nos unimos a celebrar la Nochebuena con personas que acompaña la Fundación Ellacuría: migrantes jóvenes y adultos, que intentan en Bilbao adentrarse en su futuro. Y, como es de rigor, el belén estaba lleno de detalles: multitud de países y lenguas, variedad de religiones, situaciones familiares distintas, precariedades laborales de todo tipo. Cada comensal aportaba a la celebración de Navidad una historia particular, irrepetible, muy pegada a desafíos del día a día. Estábamos sentados a una mesa setenta historias reales, componiendo juntos un belén que, al igual que siempre, impedía que nos separáramos del suelo. 

En cierto modo, que nos reuniéramos anoche siendo tan diversos, desde encrucijadas vitales tan distintas, era una manera de decirnos que, a pesar de todo, no nos pueden atrapar nuestros dolores e incertidumbres. Al menos, no nos secuestran tanto como para no tener la valentía de reconocer que algo sigue naciendo en nosotros, completamente comprometido con nuestras vidas concretas. 

En realidad, para eso están los belenes: para mirar y remirar nuestras vidas limitadas, aprovechando el resplandor que sale de la luz de un establo infinito. Ese resplandor es suficiente como para que se produzca el milagro de cualquier belén: caer en la cuenta de que la Vida, la del Dios de todos, está muy cercana.

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